Cuando usted lea estas líneas, el macrismo ya seguramente habrá recogido sus bártulos y salido apresuradamente por la puerta trasera de la Casa Rosada.
En consecuencia, el 10 de diciembre de 2019 queda en la historia como la fecha de la vuelta de Argentina a la ruta de la construcción y la esperanza, luego de cuatro años donde la derecha mostró todo lo horripilante que escondió en el saco cuando como parte de su demagógica campaña prometió “hacer una nación nueva”.
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Y esta vez la gente ya no tuvo como límite impuesto la insultante valla de hierro levantada ante la mansión de Gobierno para establecer física, visual, y anímicamente -en plena Plaza de Mayo- la dicotomía irreconciliable entre un egoísta y disoluto poder reaccionario y el pueblo.
Porque lo primero en la víspera de la investidura de Alberto Fernández y de su vice, la experimentada Cristina, fue suprimir las insultantes rejas y abrir puertas y brazos a un absoluto baño de masas.
Si algo “aportó” Mauricio Macri, ha sido la aleccionadora experiencia de que la derecha dependiente de Washington y de sus políticas hegemonistas nada tienen que ofrecer a nuestras naciones y pueblos, como no sean depauperación, pobreza multiplicada, desnacionalización de la riqueza y penurias al por mayor.
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Por demás, sus malabares mediáticos y campañas de descrédito han quedado al descubierto, mientras que en el lado de la oposición popular es clara la necesidad de curarse permanentemente en salud de cuanta desviación, insuficiencia, voluntarismo, endiosamiento, divisionismo, sectarismo y desconexión con el pueblo y sus criterios e interpretaciones, resten prestigio, credibilidad y fortaleza en la lucha por un cambio sostenido y sin baches futuros.
Cuba, que en sus sesenta años de combate ha visto y enfrentado de todo en materia política, se solaza sin dudas del retorno al gobierno de Argentina de un equipo comprometido con la suerte de su nación, del Sur del Continente y de todo el planeta, y a través del presidente Miguel Díaz-Canel, presente en Buenos Aires para la fiesta popular de recambio, así lo reitera a las nuevas autoridades y a su gente.
Y como no hacerlo cuando entre ambos países existen lazos tan entrañables y solidarios. Argentina confió a José Martí su representación diplomática en el exterior en los días del fecundo exilio del más insigne de nuestros compatriotas
Ernesto Guevara se convirtió en el universal Ché investido en esta Isla en su uniforme de Comandante del Ejército Rebelde, de formador de pueblo, y de señero combatiente internacionalista.
San Martín, junto a Bolívar, Sucre, Artigas, Juárez y tantos otros próceres regionales, es para los cubanos de los paradigmas que nos empujan al porvenir.
A su vez, Argentina y su cultura son tan conocidas y reconocidas en Cuba como nuestras propias y mejores tradiciones, al tiempo que los mutuos vínculos comerciales y de cooperación han pasado con éxito la prueba del tiempo y de las presiones reaccionarias e injerencistas empeñadas en aplastar a la Mayor de las Antillas.
De manera que a la llegada de Alberto y Cristina Fernández a la Casa Rosada para constituir gobierno, hay mucho de entrañable y nada de formal entre los buenos cubanos y los buenos argentinos que, por suerte, siguen siendo mayoritarios e intensamente fraternales.
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