Tierra de volcanes, varias naciones de América Latina estallaron este año como si la lava acumulada de abusos neoliberales, miseria, asesinatos, corrupción y otros males capitalistas reventaran para sorpresa de gobiernos derechistas que, durante meses, esperan se apacigua la rabia popular.
El conflicto social, político y cultural se ha extendido durante años. La mezquindad del neoliberalismo hace mella en las mayorías, mientras una élite se apodera de las riquezas e instala la desigualdad social, insoportable para quienes viven de su trabajo –formal o no- en decadencia según avanzan las medidas reformistas de un reinstalado en la región por órdenes de Estados Unidos (EE.UU.).
La pobrísima y olvidada Haití –que comparte la tercera y más miserable parte de la isla La Española con República Dominicana- fue la que dio el primer grito de rebeldía e inició un ciclo de luchas sociales que se extendieron a Ecuador, Chile, Colombia, y Bolivia, donde todavía las masas lloran sus 30 muertos después de semanas del golpe de estado cívico-militar contra el legítimo presidente Evo Morales el pasado día 10 de noviembre.
Bolivia es mucho más compleja y en las calles no gobierna el control, sino el caos. (AFP)
La rebeldía de los pueblos de Latinoamérica es motivada por la ambición de un imperio que trata de apoderarse de las mayores reservas de productos naturales –petróleo, litio, agua-. La lucha no se detendrá, por muchos intentos de arreglo que se hagan por los regímenes derechistas y las cabezas visibles de la sublevación.
La estrategia económica de EE.UU. solo ha empobrecido mas a la clase trabajadora de la región suramericana y El Caribe. Obsesionado por derrocar a los gobiernos progresistas del área, el régimen estadounidense ha urdido planes híbridos con aliados derechistas y traidores internos, como pasó en Bolivia.
Donde se ha impuesto la derecha, sea por manipulaciones electorales y mediáticas, apoyados por fuerzas militares y policiales y algunos sectores eclesiásticos, las grandes mayorías sufren la desaparición del Estado y la protección que este brindaba a los ciudadanos –como ocurrió en Ecuador, Argentina y Bolivia.
Son muchos los pueblos que viven bajo las constantes restricciones que impone el neoliberalismo. Solo una élite millonaria –entre ellos varios presidentes, como Sebastián Piñera y el ex Mauricio Macri- y pocas familias dueñas de los principales empresas nacionales y medios de comunicación de competencia mundial, como O Globo de Brasil, poseen niveles de vida iguales o superiores a los de países desarrollados.
De ahí que poco les importen los lugares subordinados y dependientes en que les ha ubicado la Casa Blanca, muchos menos a sus países.
El imperialismo estadounidense no entiende la imperiosa necesidad de los latinoamericanos y caribeños –como es el emblemático caso de Haití- de realizar cambios estructurales políticos, económicos y sociales.
Por el contrario, alienta el uso de la fuerza en la región, como afirmó el Secretario de Estado, Mike Pompeo, quien afirmó que Washington ¨ayudará a los gobiernos legítimos de América Latina –en su concepción- ¨para evitar que las protestas se conviertan en sublevaciones¨.
Al hablar en la Universidad de Louisville, Kentuky, a principios de este mes, Pompeo confirmó que la administración (estadounidense) ¨no puede tolerar esas protestas y afirmó que –contrario a la opinión de organismos de derechos humanos- ¨la respuesta estatal refleja el carácter y la expresión de estados democráticos.
Además, –demostrando una absoluta ignorancia de la historia y la situación latinoamericana- acusó a Cuba y Venezuela de estar detrás de quienes incitan a la violencia en esos países, que, como dicen los chilenos, despertaron de la pesadilla neoliberal de más de 30 años.
A la restauración del atraso y la miseria, como ocurrió en Argentina y posiblemente también en la Bolivia neoliberal, comenzó una erupción de movilizaciones de millares de personas que buscaban respuestas a sus inconformidades.
La primera revuelta ocurrió en Ecuador en octubre pasado cuando la ciudadanía tomó las calles de manera pacífica para rechazar una medida adoptada para complacer al Fondo Monetario Internacional, la cual perjudicaba tanto a trabajadores activos como pensionados.
Protestas movilizan a los ecuatorianos. (Resumen Latinoamericano).
El presidente derechista Lenin Moreno decretó toque de queda por primera vez en la historia de ese país para poder desatar una brutal represión entre militares equipados militarmente y mujeres y hombres que solo portaban banderas y pancartas. El país se detuvo. Luego de mas de una semana de una desigual batalla, las movilizaciones de sindicatos y organizaciones indígenas obligaron al régimen a suspender su reforma de pensiones. Lo cual no significa, y así lo advirtieron los líderes de la sublevación, que dejó varios muertos y heridos, y centenares de detenidos.
Cuando aun no se había calmado la furia de los ecuatorianos, en Chile millares de personas de todos los estratos sociales salieron en masa a las calles del país –donde aun permanecen- en un gran movimiento popular para protestar por un nuevo aumento del pasaje del metro. En realidad, y así lo confirmaron manifestantes a la prensa, ese fue el detonante para la reprobación de un régimen que se declaró públicamente en guerra contra un poderoso enemigo (el pueblo) víctima desde entonces de contra el cual desató una punición superior a la vivida durante la dictadura de Augusto Pinochet.
Lo que comenzó como una protesta de los estudiantes, un sector castigado por la privatización de la enseñanza, se extendió rápidamente, sin convocatoria partidista, con espontaneidad absoluta, ya no para repudiar la nueva medida del presidente Sebastián Piñera, sino contra el sistema político que él representa.
Los chilenos son brutamente reprimidos por la Gendarmería (policía) que luego de seis semanas siguen utilizando balines de goma, carros que lanza fuertes chorros de gas picante mezclada con soda caústica para quemar a la gente, torturan a los detenidos en los cuarteles, donde también violan sexualmente a mujeres y hombres.
El pueblo chileno exige la renuncia de Piñera y la implantación de una Asamblea Nacional Constituyente, con participación popular. (TelesurTV).
La Comisión chilena de Derechos Humanos denunció que la crisis causó la muerte a manos de la policía de 23 personas, miles de heridos que incluyen cerca de 300 lesiones oculares –pues disparaban a los ojos de los manifestantes, dos de ellos quedaron ciegos-, y mas de 5000 detenidos.
Piñera, quien transita por el segundo año de su mandato, defiende la idea de que la Gendarmería está para defender al gobierno y le dio rienda suelta mediante la Emergencia Nacional y decretos de toque de queda (lo que no se había dictado desde el régimen dictatorial). La furia de los chilenos este año tambalea no solo al actual gobierno sino a las estructuras creadas por un bipartidismo bien controlado que se reparte el botín.
Acusado de crímenes de lessa humanidad, el multimillonario presidente, con solo un 4% de popularidad, no puede controlar, por muchos tanques que saque a las calles, a las multitudes. Lo que el pueblo chileno exige de manera pacífica es la renuncia de Piñera y la implantación de una Asamblea Nacional Constituyente, con participación popular, que redacte una nueva Carta Magna y un nuevo modelo de dirección política para la nación andina.
Colombia está bajo los focos internacionales por la complacencia oficialista en hacerle la guerra a su vecina Venezuela, permitir la matanza de ex guerrilleros supuestamente amparados por el Acuerdo de Paz de 2016, líderes y activistas sociales y un mal gobierno a lo interno, además de bolsones de corrupción política emanados del narcotráfico.
El elegante presidente Iván Duque, representante de la oligarquía terrateniente, también sintió la potencia de su pueblo, castigado, además, por un modelo neoliberal que elevó los grandes índices de pobreza, la presencia de siete bases militares estadounidense y un indeseado liderazgo contrarrevolucionario.
La administración neocolonial del presidente Duque fue sacudida por un paro nacional –que se ha repetido cuatro veces en un mes- debido a que el Ejecutivo no logra ponerse de acuerdo con los representantes de los huelguistas, quienes exigen un cambio en las políticas gubernamentales.
Las movilizaciones pacíficas, también reprimidas por fuerzas militares, exigen se derogue la reforma tributaria que solo beneficiará a la clase adinerada, la implementación integral y sin condicionamiento del Acuerdo de Paz, la aprobación definitiva en el Congreso Nacional de los resultados de la consulta anticorrupción de 2018.
También el cumplimiento de pactos alcanzados con estudiantes y profesores en anteriores protestas, el desmonte del Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad), la garantía de un sistema de salud gratuito y de calidad, y la protección del medio ambiente, entre otras reclamaciones.
La Esmad, dependiente del Ministerio de Defensa, está integrada por 3500 policías en 17 de los 32 departamentos colombianos, además de las ciudades de Bogotá, Medellín y Cúcuta.
Luego del toque de queda impuesto el 21 de noviembre pasado, 20 mil uniformados entre policías y militares asesinaron a seis personas, entre ellos un joven de 18 años que el día de su muerte se graduaría de bachiller, 122 civiles heridos y mas de 400 detenidos.
De acuerdo con un comunicado de la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), el más grande sindicato colombiano con 500 000 afiliados, seguirán las concentraciones pacíficas, pues ¨el gobierno sigue dilatando los procesos que pueden conducir a cualquier inicio de negociación¨.
Las diferentes marchas contra las políticas neoliberales de Duque se mantendrán –según la CUT- durante el período navideño, si es que antes no se logra algún acuerdo que tenga posibilidades de ser cumplido.
Mientras, las protestas contra las políticas neoliberales del evangélico presidente brasileño Jair Bolsonaro, son ignoradas en la media internacional.
Sin embargo, cada disposición contra la población tomada por Bolsonaro –entre ellas sus obscenas palabras contra los médicos cubanos que allí prestaban su colaboración en comunidades pobres, obtiene una respuesta contundente de miles de personas.
Estudiantes y profesores celebraron un paro y tomaron las calles con tranquilidad luego del anuncio del gobierno derechista sobre un recorte presupuestario de 180 000 000 de dólares a las universidades federales.
El incendio del Amazonas brasileño, que movilizó organizaciones defensoras del medio ambiente, y millares de personas en el mundo, aunque el presidente se burló públicamente, abrió más la grieta entre el aliado de Estados Unidos y sus electores, muchos arrepentidos, pues entregó la rica región a empresas trasnacionales para que desmontaran los grandes y ricos bosques.
Bolsonaro, quien se autodenomina el (Donald) Trump tropical, y a punto de cumplir su primer año en el Palacio del Planalto, fue amenazado por el sector de los camioneros brasileños con una paralización absoluta, lo cual detendría la economía del país.
No obstante, su supuesta amistad con Trump, EE.UU. aumentó las tarifas a las exportaciones brasileñas de acero y aluminio y nada indica que vuelvan a normalizarse.
Este presidente, considero misógino, xenófobo y poco inteligente, se declaró un admirador de la dictadura militar que azotó esa nación, a cuyos métodos se podría retornar y puso como ejemplo para luchar contra los rebeldes de América Latina el uso del ¨palo de ararᨠdonde los represores ataban a los detenidos políticos para torturarlos.
La crueldad, el abuso, la fuerza innecesaria, que defienden Bolsonaro y los presidentes derechistas y así lo han demostrado, también puede leerse como -tal como ocurrió con la caída de la racha dictatorial- la seguridad de que los pueblos de América Latina una vez más siguen en vigilia.. Y tal como vencieron a los regímenes dictatorías el pasado siglo, lo harán también contra las nuevas fuerzas conservadoras de cuello blanco y corazón negro.
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