Más de una vez se ha denunciado que, para los grupos gringos de poder, las reiteradas aventuras injerencistas y hegemónicas de nuestros días pasan por la “disolución de los Estados incómodos” y el “placer” de estimular y establecer facciones con las cuales, dicen, siempre será más cómodo y llevadero todo proceso de entendimiento o de encono.
Así, rasgaron severamente las estructura nacional en Afganistán en su guerra terrorista contra la presencia militar soviética en apoyo al gobierno popular de Kabul, promovieron la división interna en el Iraq ocupado, cercenaron la sociedad libia luego de la desaparición del gobierno de Muamar el Khadafi , y trabajan para que, a pesar de la derrota militar en Siria, persistan en el país bolsones de usurpación extranjera, y con ella grupos locales o de infiltrados desde exterior como una suerte de “insalvables espinas” clavadas en el futuro inmediato de la nación.
Y justo contra esta acelerada maniobra que apunta a mantener en suelo sirio los pivotes del desorden, la inseguridad y la inestabilidad, sigue apuntando la victoriosa y legítima guerra antiterrorista del ejército nacional sirio y de sus aliados de Rusia, Irán y el Hizbolá libanés, un enfrentamiento que ha liberado de extremistas y sus secuaces foráneos la inmensa mayoría del territorio nacional y permitido la vuelta de la normalidad a la vida de millones de ciudadanos.
Hay un reclamo esencial y absolutamente justo en este combate: asegurar la integridad territorial siria y la plena independencia de su pueblo, y es justo contra su concreción que apuntan hoy los planes de Washington, sus aliados internos y externos, y los desvaríos de ciertas políticas de países vecinos.
El punto clave escogido parece ser la región de Idlib, en el noroeste del país, donde al amparo de tropas norteamericanas acantonadas ilegalmente en suelo sirio, operan grupos de Al Qaeda y de pretendidos “rebeldes locales”, al tiempo que Washington apadrina a sectores kurdos a los que reserva para claras acciones separatistas.
En ese punto geográfico converge además la presencia militar turca, precisamente alarmada por el auge de los destacamentos armados de origen kurdo y su control sobre determinados espacios, lo que complica aún más el escenario y apunta a perpetuar las áreas de roces y enfrentamientos.
Así Ankara, integrante junto a Moscú y Teherán de la triada en el mecanismo de consulta de Astaná sobre Siria, aun cuando suscribe su apoyo a la integridad territorial siria, habla no obstante de una “zona de seguridad” más allá de la frontera con la nación vecina y de un posible patrullaje conjunto con las ilegales fuerzas estadounidenses.
Dentro del trío de Astaná, no obstante, Rusia e Irán insisten, en pleno acuerdo con Damasco, en que no habrá en Idlib cese de los combates contra los grupos terroristas, al tiempo que concuerdan en que tampoco es permisible la presencia impuesta en el área de fuerzas extranjeras, un claro atentado contra la soberanía y la integridad de Siria.
Por demás, y como muestra del empeño por dejar sin argumentos políticos a los adversarios, el gobierno de Bashar el Assad anunció días atrás la realización en Ginebra, a fines de octubre próximo, de la primera reunión del Comité Constitucional Sirio, encargado de revisar la Carta Magna nacional vigente desde 2012, y que los observadores califican como una de las más avanzadas de Oriente Medio.
La redacción de una nueva Constitución da respuesta a las tratativas entre el gobierno y grupos políticos opositores, y se ejecutará, al decir de Damasco, sin admitir ningún tipo de injerencia, mediatización o influencia externas.
De producirse alguna anomalía de ese tipo, concretaron voceros oficiales, el proceso quedaría suspendido de inmediato, toda vez que el gobierno legítimo del país, vencedor junto a sus aliados de la agresión terrorista foránea, no puede permitir que algunos intenten imponer, bajo pretendidas fórmulas diplomáticas, lo que no lograron en todos estos años de agresión y violencia.
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