La pequeña nación de Haití —que comparte la isla caribeña La Española con Santo Domingo— mantiene una continuada insurrección popular desde hace más de un año, casi siempre ignorada por los medios de comunicación, pero que dejó hasta ahora más de 77 muertos y decenas de heridos.
Las pocas veces que la rebelión haitiana ocupa algún espacio es para tergiversar los hechos y vender la idea de que son grupos de delincuentes que perpetran actos de vandalismo.
Las cifras fueron indicadas por la Red Nacional de Defensa de los Derechos Humanos de Haití, que acusó a la Policía Nacional y los grupos paramilitares de una represión desmedida. Solo en las últimas semanas fueron ultimados 42 manifestantes.
Poco diferencia lo que sucede en Haití de los graves hechos que tienen lugar en Chile, Colombia y Bolivia —y antes Ecuador— en los últimos meses, solo que la prensa en general poco se interesa por la grave situación que atraviesa la nación caribeña, la más pobre de América Latina y El Caribe.
Las crisis políticas en Haití poseen sus peculiaridades, pues prácticamente nunca terminan, ya que son cíclicas y se repiten en mediano y corto plazo sin que se vislumbre una solución a las exigencias del pueblo. La génesis de esta rebeldía colectiva puede encontrarse en que el neocolonialismo existente en esa tercera parte de la ínsula —la más pobre en recursos naturales— aún está latente.
Historia difícil la de esta heroica comunidad caribeña. Ha sufrido la injerencia militar de Estados Unidos (EE.UU.) en varias oportunidades (la primera de 1915 a 1934), y vive con el peligro latente de una nueva entrada militar de los marines o camuflada en organizaciones internacionales que, dicen, tratan de encontrar soluciones, pero sin favorecer a la mayoría del pueblo literalmente muerto de hambre.
La Casa Blanca ha quitado y puesto presidentes —como ocurrió con el sacerdote Jean Bertrand Aristíde, a quien sacó por la fuerza de Puerto Príncipe y trasladó obligado a Sudáfrica— y apoyó al clan de los Francois y Jean Claude Duvalier, padre e hijo (1986) que vaciaron el erario público. Los Duvalier amasaron grandes fortunas mediante la corrupción gubernamental y los negocios con las trasnacionales extranjeras.
Cada suceso ocurrido en ese país de 11 123 176 de habitantes, negros y mestizos, sin siquiera tener cubiertos sus derechos humanos básicos —vivienda, salud, agua, educación— ha dejado tras sí un foco más de corrupción, de robo y de abusos y represión contra quienes no se cansan de reclamar una mejoría —al parecer inalcanzable—- en sus míseras existencias.
Desde julio del pasado año comenzaron las manifestaciones populares pacíficas en las calles de Puerto Príncipe, la capital, luego de cinco semanas de crisis por la subida de precios del combustible.
Asimismo, para los haitianos se convirtió en cuestión de honor que fueran llevados a los tribunales los que robaron el dinero de Petrocaribe, un noble programa del gobierno del extinto presidente Hugo Chávez Frías, que en momentos de un alto precio del petróleo firmó convenios con El Caribe facilitando la llegada del crudo, subsidiado y con créditos blandos.
El desfalco en Petrocaribe alcanzó la cifra de 2000 millones de dólares, sin que se haya hecho una investigación a fondo sobre los responsables, y mucho menos se haya detenido sospechoso alguno. El robo fue corroborado por sucesivos informes presentados por la comisión anti-corrupción del Senado y por el propio Tribunal Superior de Cuentas
Pero la crisis de Haití es mucho más profunda, económica, política y energética caracterizada por la batalla de una mayoría del pueblo contra las medidas neoliberales del gobierno de Jovenal Moise, un empresario dueño de haciendas, apoyado por una pequeña pero fuerte oligarquía con el visto bueno de la administración estadounidense.
Para el veterano político Camille Chalmers, uno de los líderes de los movimientos sociales haitianos, además de que el pueblo en rebeldía exige la renuncia de Moise, los manifestantes ya no se conforman con cambios de maquillaje, sino que exigen una renovación del sistema político, mediante una reestructuración de las bases económicas del país.
Académico y economista, Chalmers precisó a Prensa Latina que el pueblo haitiano paralizó desde septiembre pasado las principales actividades económicas, educativas, servicios de salud, administración pública, transportación, comercio y otras, mientras se radicalizaba la lucha de sectores opositores contra el poder imperante.
“Es vital para el pueblo haitiano ganar esta lucha contra Moise, contra el (gobernante) Partido Haitiano Tèt Kale (PHTK), y contra el imperialismo, para poder entrar en un proceso de reconstrucción que realice las reivindicaciones centrales del pueblo”, precisó, lo cual, viendo las circunstancias, parece imposible por ahora.
La protesta de las últimas semanas movilizó a los departamentos del país, y mientras la Policía Nacional informaba sobre cinco fallecidos, la Red Nacional de Defensa de los Derechos Humanos en Haití confirmó que murieron 48 personas y unas 200 resultaron heridas en las protestas.
Las nuevas protestas surgieron cuando el gobierno no pudo cumplir sus compromisos con compañías petroleras que suministran ahora los carburantes.
La escasez y el alto precio del producto hasta un 51 %, con el consiguiente alza del precio del transporte, se unió al malestar de millones de personas pobres que sufren, además, un incremento de los precios de la canasta básica, depreciación de la moneda nacional, con la consiguiente disminución del poder adquisitivo.
Este 2019 cerrará —según medios periodísticos—- con más del 70 % de desempleados en la población económicamente activa, que apenas sobreviven. La mortalidad infantil allí es de 48 por cada 1000 nacidos viven y que fallecen en el primer año de vida.
El Índice de Desarrollo Humano (IDH), elaborado por Naciones Unidas para medir el progreso de un país —y que en definitiva muestra el nivel de vida de sus habitantes—confirma que los haitianos están entre los de peor calidad de vida en el mundo.
Al referirse al Índice de Percepción de la Corrupción del sector público en Haití ha sido de 20 puntos, lo que lo coloca entre los países con mayor corrupción en el sector público de los 180 Estados analizados.
Para algunos analistas, la clase política de la isla caribeña es ilegítima, pues el gobierno de Moise surgió en 2015 de elecciones fraudulentas —como dice el sociólogo argentino Lauturo Ravara—, repetidas de igual manera un año después, cuando asumió el PHTK.
La solución de los problemas haitianos no está a la vista. En octubre pasado, millares de personas se manifestaron frente al cuartel general de la Misión de la ONU en Apoyo a la Justicia (Minjusth), recabando a la comunidad internacional el retiro de su apoyo a Moise.
El denominado Core Grup, integrado por delegados de la ONU, de la desprestigiada Organización de Estados Americanos (OEA) y diplomáticos de varios países, se reunió con líderes del gobierno y de la oposición para evitar la intensificación de las protestas callejeras.
Personalidades haitianas, sin embargo, consideran que el tal Grupo es dirigido por EE.UU., aliado a las fuerzas reaccionarias y retrógradas del país, por lo que no se avizoran novedades en el ámbito político.
Haití, que tanto se benefició de Petrocaribe, en la actualidad forma parte del grupo de naciones que pretenden el derrocamiento del presidente legítimo Nicolás Maduro.
El presidente Moise reconoció al autoproclamado mandatario venezolano Juan Guaidó, un títere de la Casa Blanca, y se adhirió a la firma del denominado Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) de la OEA para atacar militarmente a la soberana nación suramericana.
Haití está siempre en los planes de las administraciones estadounidenses.
Varias empresas de EE.UU. poseen intereses en proyectos mineros en el norte —también con capitales de Canadá— el establecimiento de zonas franca, la compra de empresas estatales, y venta de sus productos en detrimento de los pocos productores locales.
El siempre subestimado pueblo de Haití, el primero en alcanzar la independencia en El Caribe de la colonia francesa, posee clara conciencia de su humillación y su esclavitud moderna, dependiente de un administrador imperialista. Aunque luchan para recobrar su libertad y dignidad perdida en el camino, les espera una ardua batalla, quizás la más difícil de su historia.
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