Poco cambia entre las no pocas “figuras” que han transitado por la Casa Blanca, pero al decir de un artículo de The Washington Post de este jueves 9 de abril, resulta Donald Trump el que se lleva el pato al agua en eso de destacarse como “el peor presidente en la historia de los Estados Unidos”.
La valoración está referida, en buena medida, a los oportunistas devaneos del mandatario (empeñado en su reelección) en torno a la epidemia de la Covid-19 que hoy ha convertido en su epicentro a la primera potencia capitalista, justo por la irresponsable actuación del jefe de la Oficina Oval.
Y en medio de esa retorcida vorágine, tanto La Habana como Caracas también pueden suscribir la conclusión del citado rotativo, en tanto se vinculan a la paranoia presidencial estadounidense de perder el tiempo acosando y acusando a ambas capitales, con la variante de que ahora se trata de imputarles la remisión de drogas hacia suelo norteamericano y, por tanto, ser susceptibles de enfrentar todas las variantes represivas de orden hegemonista.
Es lamentable para los norteamericanos contar con un “líder” que, con casi cuatrocientos ochenta mil contagiados y dieciocho mil fallecidos entre sus compatriotas (a los que se supone debe proteger), siga dilapidando miserablemente las horas en sandeces y vanos derroches de hostilidad contra quienes sí se desviven para que sus ciudadanos venzan este aterrador trance universal con las menos heridas posibles.
Aunque, pensándolo bien, seguramente la valía de los programas de salud en Cuba y Venezuela frente a la Covid-19 tal vez sea otra de las serias molestias que sufre Trump por aquello de las comparaciones inevitables entre ambas realidades con la notoria crisis asistencial que enfrenta su “modelo” a pesar de su vacío grito electoral de “los Estados Unidos primero”.
En cuanto al tema concreto de si Cuba y Venezuela remiten drogas para “perjudicar” a la población estadounidense, al menos no es nuevo para ambos aludidos. Lo cierto es que forma parte indisoluble del descrédito permanente que, según el criterio del presidente, le hace proyectarse como un “hombre fuerte”, y le otorga además pretendidas justificaciones para sancionar a cubanos y venezolanos mediante el endurecimiento del genocida bloqueo económico y comercial contra la Mayor de las Antillas, y la promoción de toda una larga cadena de actos hostiles contra la Revolución Bolivariana.
Porque si de lucha frontal contra la droga se trata, bien haría la Casa Blanca en emprenderla contra sus carnales autoridades colombianas, incapaces, o algo más, de frenar el incremento sostenido de los embarques de cocaína de sus capos locales al voraz mercado de adictos estadounidenses.
Deberían también aquellos personeros que conciertan tales campañas, en verdad ridiculeces completas sino comportaran incluso un riesgo de posible agresión militar bajo tan burdo pretexto, repasar por un instante las sólidas estadísticas cubanas —reconocidas a nivel mundial— de su eficaz enfrentamiento a quienes pretenden utilizar los estratégicos espacios aéreo y marítimo de la Isla en su envenenada ruta hacia el sur de la Florida y otros puertos estadounidenses donde el contrabando de narcóticos es espectáculo habitual.
O localizar, por ejemplo, el informe Cocaine Signature Program elaborado por la DEA y que cita el colega Ángel Guerra en Cubadebate, donde se concluye que “aproximadamente 90 por ciento de recientes muestras de entrada de cocaína en los Estados Unidos demostraron su origen colombiano, seis por ciento de origen peruano y cuatro por ciento de origen desconocido”. En otras palabras —explica el analista— que no se encontraron pruebas concretas ni tangibles del arribo de drogas al país del Norte procedentes de Venezuela.
Pero, sin dudas, tan “supremo esfuerzo intelectual” no se le puede pedir a un mandatario que privilegia los reality shows televisivos junto a su hamburguesa y su bebida de cola antes que las advertencias de médicos, especialistas, y hasta del Pentágono y la comunidad de inteligencia (que curiosamente se remontan últimas hasta mediados de 2017) sobre la pandemia de coronavirus que estaba a las puertas, y que hoy mata a más de mil estadounidenses por día en medio de un sistema de salud exclusivista y en total colapso.
Seguramente reunirse para haber planeado una respuesta eficaz a la Covid-19 hubiese sido mucho más serio, decente y necesario, que verse las caras para promover tragedias contra ajenos.
Javier Hernández Fernández
16/4/20 18:29
Paranoia presidencial de un loco.
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