Afirman no pocos analistas que Donald Trump y Jair Bolsonaro son tal para cual, y que sin dudas pueden resultar la envidia de no pocos humanos que transitan angustiados por el mundo en busca de su perfecta media naranja.
Ellos se encontraron en el pináculo de sus carreras políticas y no se resistieron al arrollador influjo de sus coincidencias: racistas, sexistas, caprichosos, altaneros, embusteros, egocentristas, impositivos, ultra reaccionarios, anti medio ambiente, y amigos de imponerse sin contemplaciones…he ahí algunos de los matices que no se le escaparon a “Cupido” a la hora de lanzar sus flechas.
Y tan desbordada simpatía corre con especial fuerza por las agencias de noticias en estos días en que el presidente norteamericano decidió otorgar al Brasil bajo la administración de Bolsonaro el título de “aliado preferencial extra Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), lo que le permite al brasileño comprar equipos militares Made in USA sin mayores trámites e involucrar a su país “en operaciones y misiones” del susodicho bloque militar.
Algo así como el retorno a las “viejas correrías” de los tiempos de la dictadura militar, en que Washington incluso hizo un unilateral y exhaustivo levantamiento fotográfico aéreo de toda la Amazonia cuyo resultado todavía esperan ver las autoridades de Brasil, armó y entrenó a los torturadores y asesinos de los cuerpos castrenses locales, y los elevó a la categoría de “instrumento regional de contrainsurgencia”, justo cuando Jair Bolsonaro, apenas un veinteañero, estaba en la Academia del Ejército, y al parecer muy bien “enterado” del “trabajo” a que entonces se dedicaban las Fuerzas Armadas.
Donald, por supuesto, le llama “caballero” al presidente brasileño, y se siente feliz de que algún medio de prensa lo describa como “el Trump de Brasil”.
El jefe de la Casa Blanca ensalza sin medida el “duro desempeño” de su par carioca, intercambian camisetas deportivas dedicadas, ríen juntos a mandíbula batiente, y ahora incluso se esmeran en conseguir un tratado de libre comercio bilateral que, según analistas, devastará la industria y la agricultura brasileñas si se toman en cuenta la superior competitividad de los consorcios gringos con relación a los manufactureros nacionales, y los irrenunciables subsidios que protegen a las firmas estadunidenses productoras de alimentos y que las colocan en absoluta ventaja con relación a sus similares del gigante sudamericano.
Desde luego que para Trump se trata de “un lujo de relación”, y -vaya detalle- ambos hasta comparten la “super preferencia” por sus más aventajados descendientes. Donald por su nena Ivanka, y Bolsonaro por su chico Eduardo, al que pretende convertir en embajador en los Estados Unidos y del que el presidente gringo ha dado también sus mejores valoraciones.
Pero hablábamos de “lujo” y veamos por qué. Bolsonaro, por ejemplo, saboteó la colaboración médica con la “injerencista” Cuba, decisión que dejó en el limbo asistencial a millones de ciudadanos pobres en su país, apoya con las dos manos la ola agresiva contra la Venezuela Bolivariana, y fue factor importante en la desfiguración de MERCOSUR.
Por otro lado, sus decisiones comerciales y financieras ya empiezan a apuntar, con su abierto alineamiento con Washington, contra el grupo BRICS, que integrado por Brasil, Rusia, China, la India y Sudáfrica, constituye una creciente alternativa económica global al hegemonismo. A la vez pueden debilitar los lazos bilaterales con China, que es hasta hoy el segundo socio comercial de Brasilia luego de la Unión Europea, un elemento que juega sin dudas en la cuerda de la estrategia oficial gringa de “frenar la influencia de Beijing en este hemisferio”.
En consecuencia, y como se aprecia, existen muchas (sin) razones para ese arrollador encantamiento mutuo entre los personajes que, por el momento, lideran a los Estados Unidos y Brasil…con el correctivo indispensable de que se trata, contundentemente, de una neta “atracción fatal.”
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