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lunes, 18 de noviembre de 2024

La pesadilla que destroza a Trípoli

La guerra libia bloquea la conciliación de fuerzas y la testarudez política con su trasfondo petrolero aleja un eventual desenlace pacífico...

Julio Marcelo Morejón Tartabull en Exclusivo 19/05/2019
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General Khalifa Haftar-Libia
El general Khalifa Haftar: ¿el nuevo hombre fuerte de Libia?.

El persistente conflicto en Libia es la consecuencia de un plan occidental de convertir al país en un Estado fallido, desmontarlo de sus ejes políticos y subordinarlo a los intereses que ansían su riqueza petrolera.

Todas las operaciones perpetradas por miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y sus aliados árabes concluyeron en diciembre de 2011 con el asesinato del líder Muamar Gadafi, quien pese a su compleja gobernanza le aportó solidez y relieve al país, que hoy se hunde en las tinieblas.

La contienda bélica desatada hace ocho años causó más de 5000 muertos, cerca de un millón de desplazados y redujo en forma mayúscula sus exportaciones de hidrocarburo, así como desactivó los mecanismos de control con los que cuentan los Estados para su seguridad.

Ejemplo de esa descomposición es, precisamente, la extensión del conflicto armado que enfrenta a dos rivales por el control de la capital, Trípoli. Uno es un gobierno reconocido por la comunidad internacional, y el otro una guerrilla bien armada, además existen otras fuerzas menos influyentes, pero también letales.

Después de la desarticulación de la antigua Jamahiriya (o Estado de masas), donde el socialismo, la arabicidad y el Islam compartían el espacio económico, político y social; el país se desplomó y continúa inmerso en una crisis de ingobernabilidad, mientras que la estabilidad es una ficción.

Si es cierto que los bombardeos de la aviación de la OTAN y las ofensivas terrestres de la infantería (integrada por rebeldes antigadafistas, mercenarios y bandas delincuentes) desataron en 2011 todas las furias hasta entonces controladas por un liderazgo indiscutible, lo que le sucedió fue barbarie y cero institucionalidad.

El panorama que emergió era un corro discordante: la lucha por el poder escaló, aquellos que se sublevaron contra Gadafi querían su cuota, y también los extremistas de base confesional —presentes en el Estado Islámico (EI)— así como los dos gobiernos, uno en la capital y otro en Tobruk.

La guerra actual comenzó en 2014, cuando el general Khalifa Haftar ordenó la disolución del Congreso General de Trípoli, bajo control de la Hermandad Musulmana e inconsultamente prolongó su mandato. A eso se unieron las operaciones con que el jefe castrense enfrentó a los extremistas en la ciudad de Bengasi.

SIN VENCEDORES

Haftar comanda el denominado Ejército Nacional de Libia (ENL) con plazas fuertes en el sur y oriente del país; sus tropas ocuparon Sirte, la ciudad donde nació y murió Gadafi, y de las que desalojaron a los presuntos integrantes del EI en 2018. Es considerado el “hombre fuerte”, lo cual motiva a debate.

Aunque reportes de la guerra resaltan los avances en el teatro de operaciones de los seguidores del general, en Libia no hay nada decidido, de lo contrario los efectivos de ese jefe militar no se empeñarían en la segunda etapa de la ofensiva contra la capital, cuyas dependencias destrozan la artillería de ambos bandos.

La campaña contra Trípoli comenzó el pasado 4 de abril, cuando los jefes del ENL ordenaron invadir la urbe y acabar con las tropas del Gobierno del Acuerdo Nacional (GAN) del primer ministro Fayez al-Sarraj, el cual es reconocido por la comunidad internacional y cuya actitud es de resistencia ante el otro, un rival muy fuerte.

No obstante, los soldados del GAN, desde las posiciones que lograron ocupar en la capital, repelieron ataques de los leales de Haftar, incluso bombardeos aéreos ejecutados posiblemente con aviones robot (drones).

En esa línea se informó recientemente —7 de mayo 2019— que las baterías antiaéreas del general Khalifa Haftar derribaron un Mirage F1 y capturaron a su piloto nombrado Jimmy Rees, de 29 años, y a quien acusan de ser un mercenario. Con anterioridad los artilleros del GAN abatieron una nave enemiga.

La batalla por Trípoli puede ser decisiva para definir quién asumirá el poder, pero también puede ser que su resultado acelere la fractura del país, donde además de los principales rivales hay remanentes de otras fuerzas (facciones y milicias), las cuales solo responden a cabecillas locales.

Al no existir un Estado maduro como núcleo político central, el monopolio de la violencia se dispersa entre individuos o estructuras que actúan a voluntad en medio del caos, lo cual pone en dudas una pronta reconstrucción de la unidad nacional, y cualquier acción hacia una solución negociada permanece en suspenso.

Tal vez los cañonazos no aporten una solución de continuidad a la crisis en Libia, donde hoy sorprende la degradación en que cayó: miles de refugiados sobreviviendo en las más duras condiciones, migrantes sin futuro y hasta la venta de esclavos configuran el cuadro postgadafista, empeorado cada vez más por la guerra.

Para los países africanos, el asesinato del líder libio posibilitó, entre otros males, la creación de un escenario propenso a la emergencia terrorista en la semidesértica región del Sahel. Si antes así se percibía, lo que hoy ocurre en Trípoli confirma la complejidad del caso.

El cuadro es sumamente trágico: 432 personas murieron y más de dos mil resultaron heridas, además de otras 50 mil desplazadas desde el inicio del asedio a la capital libia, aunque se estima que las víctimas sean mucho más, teniendo en cuenta la extensión geográfica de las operaciones y la alta capacidad destructiva del armamento empleado.

Los datos corresponden a la segunda semana de enfrentamientos y ya se habla de una grave situación humanitaria, para cuyo remedio se aconseja establecer corredores de ayuda para preservar la vida de miles de civiles que en la práctica permanecen atrapados entre los combates.

El general Haftar ganó fuerza suficiente como para aspirar a un estatus político superior al del individuo detrás del trono, y eso pudo motivarlo para avanzar en la carrera por Trípoli, un sitio cuya posesión se presenta como fuente de legitimidad, por ser la capital donde deben estar el mando y sus instituciones.


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Julio Marcelo Morejón Tartabull

Periodista que apuesta por otra imagen africana


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