Desde 2016 en que, mediante un apretado referendo, los británicos decidieron salirse de la Unión Europea (UE) las disputas internas entre defensores y críticos al titulado Brexit son el pan caliente del día a día.
Esa severa trifulca ya motivó semanas atrás que el programa de despedida británico preparado por la primera ministra Theresa May quedase empantanado a escala parlamentaria en medio de tres votaciones consecutivas, debido al descontento de un importante número de legisladores que lo consideran portador de “serias concesiones” al organismo comunitario una vez materializado el proyectado divorcio.
Programado, por tanto, para iniciar su validez el pasado 12 de abril, la posibilidad de un pacto consensuado asume como nueva fecha tope el 31 de octubre, a reserva de que la jefa del gobierno británico logre un acuerdo con el parlamento en alguna fecha más próxima.
Según voceros involucrados en esta ácida discusión, Theresa May aspira a lograr consenso a sus propuestas antes del 22 de mayo, fecha en que deben celebrarse elecciones en Gran Bretaña para diputados al Parlamento Europeo, y en las cuales los partidarios del llamado Brexit duro, es decir, aquellos que apoyan una salida inmediata y a todo costo de la UE, indicaron que buscarán representatividad suficiente para boicotear el trabajo de esa entidad comunitaria, como protesta por el “alargamiento forzado” de la presencia británica.
Para ello se remitieron incluso a la leyenda griega del Caballo de Troya que sirvió de señuelo para que Ulises y sus hombres entraran en aquella ciudad enemiga y la convirtieran en ruinas. Según declaraciones expresas del legislador británico de esa línea extrema Marck Francois, si el Reino Unido se mantiene en la Unión Europea “contra nuestra voluntad, expresada democráticamente, porque algunos en ese grupo esperan que cambiemos de opinión... lo van a lamentar”. Más claro ni el agua.
Y son justo estas contradicciones que se alargan por más de tres años las que en el propio seno de la entidad comunitaria han creado también divisiones en torno al futuro de los vínculos con Gran Bretaña.
En el análisis sobre el nuevo plazo de espera, fueron manifiestos los desacuerdos y contradicciones entre Alemania y Francia en torno al proceder en tan enredado asunto. Según afirman órganos de prensa, la canciller germana, Angela Merkel, se inclina por conceder todo el tiempo necesario para que el gobierno de la Mey logre una hoja de ruta satisfactoria a la separación, mientras que del otro lado el presidente francés, Enmanuel Macron, aboga por un plazo lo más breve posible. Para el mandatario galo resultaba una seria preocupación que “la presencia de Londres en la UE durante los próximos meses enturbie un proceso de renovación interna en el que se decidirán numerosos cargos comunitarios”.
“La actual prórroga —dicen las mismas fuentes— obliga al Reino Unido a participar en las elecciones al Parlamento Europeo del próximo mes de mayo, si Theresa May no logra consumar la salida antes del 22 de mayo, pero sus eurodiputados deberán abandonar el hemiciclo comunitario el 31 de octubre y el futuro comisario británico nunca llegará a ocupar su puesto si se confirma la salida en la nueva fecha prevista”.
En pocas palabras, que toda esta trama parece reducida a la espera y a la toma de decisiones sobre el terreno a partir, precisamente, de lo que los actores clave logren o no de aquí al cierre del décimo mes del año.
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