El devenir del tiempo es una suerte de registro que la gente debería consultar de vez en vez para no perder la brújula ni la verdad.
Y en lo referente al comportamiento histórico de la primera potencia capitalista, el material de consulta es sumamente amplio en su contenido más negativo y repulsivo.
El caso es que Washington ha demostrado con creces que no cree en amigos ni aliados, y por tanto, al aferrarse solo a sus intereses muy particulares como lo único valedero, aquellos que le acompañan en sus desmanes no son más que instrumentos circunstanciales y netamente desechables, sin ningún tipo de contemplaciones, cuando el gran señor así lo considere.
Se trata de una lección que algunos acólitos deberían aprender, en vez de seguir insistiendo en desbordes de irracional genuflexión
Así las cosas, ahora mismo, Donald Trump parece haberse aficionado a los desplantes y a las abiertas y ácidas críticas contra su homólogo colombiano, el cuasi recién estrenado Iván Duque, a pesar del apasionado e intenso apoyo del mandatario sudamericano a la agresión de orden multifacético puesta en marcha por la Casa Blanca contra la Revolución Bolivariana.
De nada ha servido a Duque hacer de su territorio nacional una base de operaciones contra Venezuela y el potrero imperial desde donde se generan constantes provocaciones, se entrena a mercenarios, se ejecutan ataques electrónicos contra la generación eléctrica del país vecino, y se da ardiente abrigo a al menos siete instalaciones militares norteamericanas destinadas a intentar reimponer por la fuerza el chantaje y el dominio de la derecha gringa sobre el Sur del Hemisferio.
De manera que el inquilino de la Casa Blanca la ha emprendido contra Iván Duque porque, ha dicho textualmente, bajo el gobierno de su “aliado” se ha incrementado en cincuenta por ciento el envío de cocaína colombiana al ávido mercado norteamericano de las drogas.
Por demás, la Bogotá oficial parece estar implicada en la remisión de “maleantes y forajidos peligrosos” hacia los Estados Unidos, como también lo hacen –siempre según palabras de Donald Trump- Honduras, Guatemala y El Salvador. Y no se trata de críticas nuevas, porque si el lector recuerda, a fines de marzo último, en un encuentro bilateral, el presidente número cuarenta y cinco de los Estados Unidos de América le espetó a Duque en pleno rostro su mal humor por el tema de la multiplicada producción colombiana de cocaína y su llegada masiva al territorio gringo.
Es decir, que al menos públicamente, el irascible magnate inmobiliario parecería muy enfadado por las “tropelías” de su par colombiano si se toma en cuenta lo que el fenómeno de la drogadicción y tráfico de estupefacientes ha implicado e implica en un país donde todo es negocio y en el cual la vida humana vale solo en tanto los bolsillos están colmados.
Hay que advertir que no son pocos los políticos, líderes sociales, entidades comunitarias, e instituciones especializadas norteamericanos que califican las drogas como uno de los “grandes enemigos” de la Unión y una de las más graves epidemias de su sociedad, casi en el rango de “problema de seguridad nacional”, por tanto, quienes alientan y no procedan contra ese flagelo, dentro o fuera de USA, resultan de hecho netos enemigos.
Y su uno saca la cuenta que, por ejemplo, contra Venezuela, Cuba, Nicaragua y otras naciones del planeta, Washington hace todo lo inimaginable en materia de agresión y hostilidad únicamente porque defienden su integridad y su derecho a la autodeterminación, qué pueden merecer entonces aquellas figuras y autoridades que, por ejemplo, se mezclen con la inundación tóxica que provocan las drogas entre los estadounidenses.
¿Veremos pues al “alarmado” Donald Trump imponer sanciones económicas y financieras contra Bogotá? ¿Promoverá que algún colombiano se autoproclame presidente por encargo del país y le otorgará el inmediato reconocimiento diplomático de los Estados Unidos amén de proyectarlo como gran figura ante la comunidad internacional? ¿Atacará las líneas de trasmisión que dan electricidad al Palacio de Nariño o las viviendas y negocios de Iván Duque y sus allegados? ¿Utilizará el pretexto de lucha contra la droga o de la defensa del bienestar gringo para amenazar con todas las opciones sobre la mesa al gobierno de su fallido socio? ¿Será proclamada Colombia como una amenaza a la seguridad hemisférica y en especial a la de la primera potencia capitalista?
Porque a juicio de comentaristas, y teniendo en cuenta los antecedentes prepotentes de quienes hoy se pasean por la Casa Blanca, “las realidades, bien tangibles, por cierto, no admitirían otras variantes.”
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