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miércoles, 20 de noviembre de 2024

Otro cisma en el siglo XXI

Pareciera urgente tejer unidades, pero ocurre lo contrario...

Elsa Claro Madruga en Exclusivo 19/10/2018
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Iglesia Ortodoxa
Bartolomé I, patriarca de Constantinopla.

Las relaciones y los postulados interreligiosos, o al interior de los grupos confesionales, nunca fueron simples, pero siempre que se les añadieron motivaciones políticas, hubo alejamiento de potenciales concordancias y todo empeoró, haciendo muy complejas las relaciones y colocando a los fieles ante disyuntivas algunas veces contradictorias o de embarazosa elección.

De ese tenor resultan los acontecimientos que han culminado con la separación de las iglesias ortodoxas rusa y ucraniana. Ahora, y tras el pedido expreso del presidente Petro Porochenko y su gobierno, al patriarca Bartolomé de Constantinopla, para anular los vínculos existentes entre los ortodoxos de Ucrania y Rusia, se le da forma a un objetivo más ideológico que doctrinario.

Sumado a los ultranacionalistas que consolidan espacio e influjo en Kiev, el jefe de estado argumentó su decisión planteando  que la iglesia, liberada del liderazgo moscovita existente desde el siglo XVII,  será “garantía de la libertad espiritual” y “fórmula de la identidad ucrania moderna. “El Ejército defiende nuestra tierra, la lengua defiende nuestro corazón y la Iglesia defiende nuestras almas”, aseguró. Son argumentos atendibles si no implicaran poco ocultas intenciones, introducidas en el enfrentamiento con la Federación de Rusia.

Si bien tiene otras proporciones, algunos comparan, otros recuerdan,  este rompimiento y el cisma ocurrido dentro del cristianismo cuando fueron separadas en el 1054  las iglesias  del Occidente y el Oriente terráqueo. La disputa entre los dos grandes bloques –dicho sintéticamente- se debió a la no aceptación del jefe de la iglesia católica por parte de las comunidades greco-bizantinas, donde consideraron  más legítimo otorgarle la máxima autoridad a un episcopado aglutinador de todos los dignatarios eclesiásticos.

Algunas comunidades en Italia, no aceptaron los postulados reformistas del Papa León IX y sus emisarios enviados a Constantinopla encontraron allí un férreo rechazo a los nuevos fundamentos. Esas diferencias se sumaron a otras anteriores, de menor o superior calado, según expertos teológicos, en lo referido a  interpretaciones doctrinales y talantes litúrgicos.

La confrontación fue en aumento provocando que Roma excomulgara a la Iglesia Oriental y desde esta hicieran otro tanto. Hubo, incluso hace poco, acercamientos en busca de reparaciones, pero no fue posible unir cuanto les separa desde hace tanto y donde lo político, como en este momento, tuvo siempre un concluyente papel.
Se refleja en lo acontecido entre Moscú y Kiev desde el 2014, cuando se utilizaron rarificados mecanismos y no menos intoxicados pretextos (hoy casi todos en el olvido. De aquellas exigencias ni se habla) para derrocar al gobierno de Víctor Yanukovich.

El este del país no aceptó lo ocurrido ni los extremismos posteriores y declaró repúblicas separadas en Lugansk y Donetsk. En Crimea, donde son abrumadora  mayoría los rusos, fue promovido un exitoso referéndum para su retorno a la unidad territorial de la cual formó parte desde la era zarista y hasta 1953, cuando la península fue obsequiada a Ucrania. Antecedentes de lo acontecido hay en distintos momentos, destacándose en etapas recientes lo hecho por el patriarca Filaret, quien en 1991 decide crear una Iglesia ortodoxa ucraniana, objetando la autoridad del Moscú, patriarca Kiril,  pasando por alto su autoridad para ordenar sacerdotes y otras jerarquías, potestad concedida por Constantinopla desde 1686. El hecho no parece ser una coincidencia con respecto a la separación de Ucrania de la antigua URSS ese mismo año.

Lo ocurrido compromete de nuevo a la Iglesia Ortodoxa que ya perdió algunos blasones en la antigua Yugoslavia.  En la región que ocupa Kosovo, ex provincia serbia declarada independiente en el 2008, de forma unilateral y con  apoyo norteamericano, ocurrieron robos y ataques a los monasterios, muchos  fundados en los siglos XIII y XIV,  símbolo del más antiguo espíritu serbio. Kosovo y Metohija es el nombre completo de la zona. La última palabra significa tierra de la Iglesia, dando cuenta de su antigüedad e importancia cultural. Los religiosos han padecido de persecución y daño por parte de ultranacionalistas y musulmanes  albanokosovares predominantes en ese enclave.

Nada es igual, pero el caso que nos ocupa es conflicto de parecida índole. La actual capital ucraniana fue en tiempos remotos  el Rus de Kiev, donde alrededor del  año 862, se le da vida a la primera dinastía rusa, luego de incursiones suecas, finezas, germanas, y donde tiempo después, (en el 988)  el príncipe Vladimiro Sviatoslávich,  adopta el cristianismo. De esos antecedentes brotan conceptos de origen y credo con peso actual.

La iglesia ecuménica de Constantinopla, al acceder al pedido de los dirigentes para otorgarle carácter independiente a la de Ucrania, depone sus propias disposiciones del 1589. Se teme la decisión contribuya a conflictos dentro de la misma Ucrania, donde no todos los feligreses ni sus guías tienen idéntico criterio. Para la jefatura de la iglesia ortodoxa rusa,  lo decidido rompe también los vínculos hasta el momento observados por el patriarcado de Moscú, que con sus 130 millones de fieles, (el de Constantinopla,  tiene 3,5 millones) parece convertirse en la médula de esta tendencia del cristianismo. Detrás, andan influjos y eventuales dramas entre los tantos pendientes o asomando la nariz.


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Elsa Claro Madruga

Analista de temas internacionales


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