Piedra sobre piedra

Cierto que la narrativa histórica puede empezar, fluir y concluir según el capricho de quien la fundamente y explique, con más razón cuando manipularla a favor de ciertos intereses muy exclusivos forma parte intrínseca de tan particular “metodología”.

En consecuencia, para aquellos que hoy alborotan en torno a la “anexión” por Rusia de la “península ucraniana” de Crimea, el cuento arranca desde el no muy lejano y “alborozado triunfo popular” de neofascistas y ultranacionalistas en Kiev, sus para nada juzgadas por Occidente razias anti rusas, su violencia desmedida, y sus disposiciones coercitivas contra todo lo que no oliese a derecha.

Entonces -diría el expositor- el “malévolo” Moscú respondió alebrestando a las regiones del Este, con mayoría poblacional de origen ruso, y con la “anexión” de Crimea luego que sus “agentes” organizaran un referendo en 2014 que les fue favorable gracias a la farsa y la fuerza.

Washington y el resto de Occidente, tan democráticos ellos, respondieron sancionando al Kremlin hasta hoy, fomentando la guerra contra los “rebeldes” del Oriente, y militarizando y hostilizando todo espacio aledaño a las fronteras con el gigante euroasiático.

Nadie de tales sapientes recordó que Crimea, un histórico territorio ruso, pasó a la administración de la Ucrania soviética en los años sesenta del pasado siglo por decisión de un país que hoy no existe, y que tras su desaparición y el realineamiento a veces nada edificante de quienes lo integraron, los ciudadanos de esa región decidieron solicitar libremente su vuelta a la madre patria.

El punto es que se trata de un espacio geográfico de elevada importancia geoestratégica, que en manos de los Estados Unidos y sus aliados, como se planeó con antelación y alevosía, cerraría para Rusia los accesos al Mar Negro, al norte de Oriente Medio y Africa, y a las vías mediterráneas. Una “panetela” demasiado buena para los apetitos hegemonistas que no pudo ser engullida.

Todo esto explica que desde hace casi un lustro, las áreas aledañas a Crimea se hayan convertido en espacios para el multiplicado despliegue militar de la OTAN liderada por los Estados Unidos, bajo el pretexto de “frenar las ambiciones expansionistas rusas”.

Así, ya en febrero pasado, mientras la Casa Blanca urdía su ya consumado retiro del acuerdo con Moscú sobre el control de misiles de corto y medio alcance, INF, el Kremlin denunciaba el despliegue en Rumanía de las lanzaderas verticales gringas MK-41, preparadas para el disparo de misiles de crucero Tomahawk, así como su planeada instalación en Polonia.

Mientras, por estos días, llueven los reportes del constante patrullaje marítimo norteamericano y de sus aliados otanistas en las aguas aledañas a Crimea y al puerto de Sebastopol, así como de los vuelos de aviones y drones espías y de combate de Occidente en ese reducido espacio geográfico.

Como contramedida destinada al blindaje impenetrable de las fronteras rusas, según apuntan textualmente reportes oficiales desde Moscú,  se decidió desde mayo último reforzar la seguridad del espacio aéreo de Crimea con el despliegue en la Península de los avanzados sistemas de misiles S-400 y Pántsir-S “ante el incremento de las actividades hostiles occidentales y con el propósito de hacer fracasar cualquier invasión enemiga”.

Por demás, otras fuentes indicaron la presencia en Crimea, desde marzo, de bombarderos Tu-22M3 y sistemas de misiles tácticos Iskander , así como la remisión a la zona de un escuadrón de drones de reconocimiento.

Según especialistas militares, el Ejército ruso ha actualizado sus drones a partir de la experiencia de combate en Siria, haciendo mayor su alcance y más efectiva su labor de vigilancia.

Y es que, como reiterara el general Víktor Bóndarev, presidente del Comité para Defensa y Seguridad del Consejo de la Federación de Rusia, “estamos dispuestos siempre a proteger nuestro territorio y a nuestras legítimas fronteras.”