Hace apenas unos días, y “casualmente” en medio de las trifulcas políticas relacionadas con las elecciones presidenciales gringas del cercano 2020, Donald Trump se apresuró a dar a conocer la firma con China de un primer acuerdo parcial relativo al enfrentamiento arancelario bilateral impuesto por su Administración.
Y si a alguien el párrafo inicial de esas notas le parece abigarrado en precisiones, es sencillamente porque, en aras de la objetividad que debe primar en toda información, es imprescindible dejar atrás los escuetos rótulos de “enfrentamiento, disputa o trifulca” con los que ciertos medios engloban tan graves episodios comerciales para “dividir las culpas” y proyectar a China como provocadora, agresora, impositiva, hostil y deshonesta en sus vínculos económicos, especialmente con los Estados Unidos.
Solo que la realidad es evidente y sigue estando ahí aunque algunos quieran trastocarla: el gobierno de Donald Trump practica la agresión, las sanciones y el chantaje como “principios” de su actuación global, y es justo por su apego a la hostilidad que promovió alzas arancelarias contra Beijing, al que estima su más poderoso y exitoso oponente económico, todo un artífice de “indeseables” relaciones mutuamente ventajosas a escala internacional, y su más grande acreedor.
Doblegar al gigante asiático, por tanto, es una prioridad del obseso egocentrista que embobó a buena parte del electorado nacional con el eslogan de “los Estados Unidos primero”. En consecuencia, la ecuación del “conflicto” es simple y directa: a unilaterales sanciones aduanales Made in USA, respuestas simétricas Made in China.
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Y es que hablamos de dos polos divergentes por completo, porque Donald Trump no solo ataca a China, sanciona además a Rusia, a Venezuela, a Cuba, a Nicaragua y eleva aranceles a sus propios socios, desde el Brasil de su cúmbila Jair Bolsonaro o la hoy inexistente Argentina de Mauricio Macri, hasta las naciones otanistas coaligadas en la Unión Europea…, en pocas palabras, “paz con nadie”.
Y mientras, aún estamos esperando por la noticia de la primera sanción económica de China contra alguno de los cientos de países con los que mantiene vínculos de cooperación e intercambio de mutuo beneficio, no importan su tamaño o nivel de desarrollo.
Por lo pronto, y según fuentes ligadas a las más recientes negociaciones chino-estadunidenses, quedarán en suspenso nuevos aumentos arancelarios a mercancías chinas, como teléfonos móviles, ropas, juguetes y otros artículos de consumo (que automáticamente costarían más al consumidor norteamericano); en tanto Beijing desestimaría una repuesta defensiva similar con respecto a USA y consideraría elevar sus compras alimentarias en la primera potencia capitalista.
Además, se dice que hubo adelantos en temas pendientes como la protección de la propiedad intelectual y varios aspectos monetarios.
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Por el momento se informó que los mercados globales reaccionaron con alivio ante el anuncio del acuerdo bilateral y el receso de la tanda de ataques oficiales gringos y las contramedidas defensivas del gigante asiático, aunque para muchos analistas el futuro inmediato sigue dependiendo del carácter irascible de Trump, que más de una vez ha deshecho soluciones que parecían al alcance de la mano.
Y no le faltan razones a quienes así piensan, porque el presidente de los norteamericanos no puede ser más impredecible, caprichoso, intolerante, chapucero, embustero y poco serio; atributos reñidos a muerte con la consistencia, la responsabilidad y el tino que se supone caracterizan a un verdadero estadista.
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