Para quien quiera entender lo que sucede hoy en la arena internacional no hay mejor soporte que repasar la historia. Y es que, como se dice por ahí, el delincuente suele volver siempre sobre sus andadas, y rebuscar en sus pasos ayuda a conocerle a fondo.
En consecuencia, cuando en casos como el venezolano Washington agita las banderas de la “defensa del ser humano y sus urgencias” como un pivote esencial de sus acciones agresivas destinadas a destruir la Revolución Bolivariana, aquellos con mayor experiencia de vida o los que suelen escrutar en el devenir de los tiempos nos recuerdan que los rostros de estupor y preocupación entre los grupos de poder norteamericanos hacia pretendidos conflictos y dramas ajenos no tienen nada de sensibilidad, lealtad, alarma, o compasión con respecto a las presuntas víctimas a dignificar.
Lo primero es lo primero. Si la Casa Blanca no bloqueara económicamente a Caracas, promoviera desórdenes internos, conculcara sus cuentas en bancos internacionales, atacara su sistema eléctrico, alentara sabotajes en todos los órdenes, cercara su industria petrolera, promocionara autoridades ilegales y mafiosas, y llegase incluso a intentar dar muerte a sus legítimos dirigentes; el pueblo venezolano podría vivir una cotidianidad menos tensa, menos cargada de penurias y menos llena de riesgos. De manera que el “humanitarismo” que se dice forma parte sustancial de la ética imperial hacia la nación de Bolívar nada tiene realmente de humanitario, y sí mucho de pretexto para imponerle sus fueros injerencistas a como dé lugar.
Este comentarista se atrevería a recomendar a los lectores interesados en estos asuntos, a manera de antecedente, el libro Cuba en el imaginario de los Estados Unidos, del investigador norteamericano Louis A. Pérez Jr., publicado hace apenas cuatro años por la editorial Ciencias Sociales. Y es que desde sus páginas iniciales el autor muestra fehacientemente que la “nobleza, la preocupación por los demás, y la rectitud imperial en defensa del ser humano que padece la injusticia”, no solo es su subterfugio predilecto para agredir e intervenir en asuntos y espacios ajenos, sino que además “tupe” deliberadamente la mente de la opinión pública de la potencia capitalista con la falsa idea de que el país está comprometido con las mejores causas, a la vez que fecunda el terreno emotivo para que los incautos se traguen la píldora de que “rescatar a otros y salvar al universo” es un deber místico de los estadounidenses.
Y en el andar por la introducción al citado texto, Louis A. Pérez nos recuerda que en el caso cubano, desde fecha tan temprana como 1825 (cuarenta y tres años antes del inicio de nuestra primera guerra de independencia), el embajador gringo en España, míster Everett Alexander H., ya escribía que Washington no podía consentir que Madrid entregara la isla a otro poder extranjero, sino que debía colocarla bajo jurisdicción norteamericana, con lo cual espantaba no solo las apetencias de otras metrópolis, sino además desestimaba de plano un futuro gobierno plenamente cubano.
Para los días de la gesta iniciada en 1895, el “humanitarismo y el altruismo gringo” entraron en plena acción como tapujo que escondía las desbordadas apetencias expansionistas. A los ojos públicos, los Estados Unidos debía apoyar hasta con sus armas a los cubanos “víctimas del régimen español” (un viejo ya agotado y vapuleado por la gesta mambisa), de manera de hacer honor a los valores de “libertad y defensa de los oprimidos” incrustados en el alma de la Gran Nación del Norte.
Así, en pleno 1898, para el general del ejército gringo Nelson Miles, la batalla militar contra España no era otra cosa que “una guerra por humanidad”, mientras que el ensayista A.D. Hall se deleitaba afirmando que “si alguna vez hubo una guerra ‘por motivos humanitarios y sin pensamiento alguno de conquista’, esa es esta” (la Guerra Hispano Americana, porque hasta de su rótulo el Washington benefactor y amantísimo se cuidó de borrar a los cubanos en armas).
¿Para usted hay algún parecido con lo que hoy se formula contra Venezuela? ¿No es acaso la repetición de la intervención militar para “salvar pueblos” de fines del siglo XIX, ahora a casi veinte años de iniciado el siglo XXI?
La historia, caramba, siempre mientras más vieja más sabia… Repasémosla entonces con mayor frecuencia.
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