Digno representante de su fauna (la de los ególatras e impositivos) y de la peor parte de la historia de su nación (la del despojo y la humillación a los demás), Donald Trump no obstante está sufriendo la amarga experiencia de ser el presidente del más acentuado declive de Washington como ombligo del planeta.
Si se pasa revista a su actuación internacional, cargada de contradicciones, hostilidad, incoherencias y apego a execrables prácticas, se hace evidente que estamos ante el descendiente nato de aquellos que, por ejemplo, colocaban el arma amartillada en la nuca de los vapuleados indígenas para “invitarlos al pretendido arreglo pacífico”, el mismo que les confiscó sus espacios originarios y creó la reservaciones donde fueron reducidos y apelotonados por decenios los pocos que sobrevivieron a la marcha “colonizadora” hacia el Oeste.
Ejecutoria repetida con México para despojarle de la mitad de su territorio en el siglo XIX, o para tomar de un raído “imperio español” el control sobre las pocas colonias que este aún conservaba casi a las puertas del siglo XX.
En pocas palabras, cercar, sancionar, bloquear y golpear, para luego, desde el presunto “trono de los vencedores” establecer nuevas realidades y normas siempre consecuentes con los propósitos expansionistas y hegemonistas de la primera potencia capitalista, el “modelo de linaje divino” que todos debían seguir, respetar y obedecer.
Y Trump es un fiel continuador de estas prepotentes veleidades: “no me gusta el Tratado de Libre Comercio de América del Norte…” y hubo que cambiarlo. “No me agrada el acuerdo de París sobre cambio climático…y no lo cumplo”. “Me parece malo el protocolo sobre misiles nucleares de corto y medio alcance firmado con la Unión Soviética hace casi tres décadas atrás... y me voy”.
“Quiero que Irán asuma otro pacto que regule su uso propio de la energía nuclear, no importa quienes ya lo hayan suscrito… y hay que boicotearlo”. “No admito una Corea del Norte con armas atómicas… y la amenazo y pretendo manipular todo posible arreglo”. “Decreto que no puede haber gobiernos progresistas en América, y arremeto contra Venezuela, Cuba, Nicaragua, y todo el que se ponga por delante…” “yo, yo, yo…” ¿y los demás? “¡Ah, y si hablamos, solo valen mis términos!”.
Ese es el esquema de “trabajo” del presidente de los norteamericanos y de su equipo de exteriores. Pura bravuconada y “arreglos” solo bajo presión económica, arancelaria, política, mediática o militar.
Es lo que viene sucediendo por estos días con el complicado tema del encono de Washington contra Teherán, que condujo, como ya citamos, a la unilateral salida de los Estados Unidos del acuerdo nuclear con la nación persa; la cadena de sanciones, ataques económicos y amenazas bélicas contra Irán; y su demonización como una amenaza expansionista en Oriente Medio y Asia Central, especialmente contra Israel, el “niño lindo” Made in USA en aquella parte del orbe.
Dedicado por entero a esos afanes, Donald Trump ha dirigido sus armas a intentar ganar adeptos entre los aliados europeos que junto a Rusia y China suscribieron el citado acuerdo nuclear (al parecer el presidente francés, Emmanuel Macron, mordió por estos días el anzuelo Made in USA en ese sentido), y a promover sanciones contra aquellos países que compran petróleo a la República Islámica, en una escalada que ha calificado textualmente, según su particular criterio, como “chocantes” para los iraníes.
Y una vez puesta la boca del arma sobre la cabeza del agredido, primero le ha dado por declarar, en un desborde de autosuficiencia, que estaría dispuesto a conversar con Irán pues entiende que “ellos desearían hacerlo”, para luego reconfirmar a través de sus voceros el “principio” de que “la economía de Irán será desmoronada por Washington”, y que la única solución es que Teherán admita un nuevo acuerdo nuclear que aborde “todas las amenazas provenientes del país persa”.
Es de suponer, a partir de estos presupuestos gringos, que para Trump los iraníes ya no pueden ni con su alma y que claudicar es todo lo que les cabe.
Al parecer, el jefe de la Oficina Oval no lee las declaraciones oficiales de la República Islámica, porque aparte de advertir que responderá de forma contundente a todo ataque militar norteamericano (y puede hacerlo con efectividad), ha desestimado a los Estados Unidos como interlocutor, sencillamente porque “demostró ser un país que no es de fiar para mantener sus promesas”.
Por lo demás, Irán ha seguido cumpliendo los acápites esenciales del pacto nuclear y no cesa de instar a las partes firmantes a asumir sus responsabilidades y compromisos con el acuerdo. En pocas palabras, según el criterio de no pocos analistas, su posición socava por completo los intentos norteamericanos de dar vuelta atrás a unas trabajosas y prolongadas negociaciones que se consideran un hito en la diplomacia de los últimos años.
Como dijera el periodista español José Francisco Saavedra en declaraciones al canal televisivo Hispan TV, lo que le ocurre a Washington con respecto a Irán “es como cuando conduces por una autopista. Si te sales, eres el único que circula en sentido contrario”.
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