Si a mí me encerraran en un cuarto de tres metros por cinco, con una mesa de uno por uno, un termo de café y me limitaran a hablar solo treinta minutos al día, enloquecería. Si a mí no me dejaran ver más, aunque fuera por última vez a Karla y a Camila, sería mujer muerta.
Pero el hombre, en una celda de tres por cinco, con una mesa de uno por uno y un termo de café es un hombre más que valiente. Perdió a su esposa, a su hermano y recientemente a su nieto. Cuando le propusieron prisión domiciliaria dijo, por lo claro, que su hogar nunca sería una prisión e injustamente está tras las rejas cumpliendo una condena de 12 años y 11 meses.
Por eso cuando Luiz Eduardo Greenghalgh, su abogado, entra a visitarlo no cree que sea posible. No existen pruebas, indicios, no tienen nada en su contra y Luis Inacio Lula Da Silva está tras las rejas. Dice a los periodistas mientras los ojos se le cristalizan.
El exmandatario brasileño fue juzgado y condenado en base a la convicción íntima de una persona, que hacía todo lo posible para evitar que Da Silva asumiera nuevamente la presidencia del país. El defensor recordó que, curiosamente, la persona que se encontraba tras la encarcelación de Lula, en el momento que Jair Bolsonaro ganó las elecciones, fue convidado a ser ministro de Justicia y añadió que ya se conoce que la articulación de ese juez con el actual presidente venía de antes de la elección.
Greenghalg tiene setenta años y ha luchado toda su vida contra la dictadura, por la amnistía y la democracia en Brasil. Fue abogado de presos y perseguidos políticos. Uno de sus sueños cumplidos, fue ver a Lula subir la rampa del Palacio del Planalto y hacer un mejor gobierno. Sin embargo, cuando se creía satisfecho, con la prisión de Lula he vuelto al trabajo, a luchar por la justicia. Sabe que va a descansar el día que pueda salir con él, que lo pueda llevar de regreso a casa.
La primera de las cadenas careció de pruebas y la decisión se tomó sobre la base de actos indeterminados. En ese entonces el juez tenía la convicción de la culpabilidad y así lo obligaron a cumplir nueve años.
Como tenía más de 70 años, la prescripción de la condena estaría a su favor, pero el tribunal aumentó la pena hasta 12, impidiendo así que saliera, haciendo uso del recurso de la prescripción por edad.
Luiz Eduardo explicó que normalmente, en Brasil el procedimiento es que desde que se dicta la sentencia, se toma hasta un año y medio para que el condenado sea apresado. Algo que no ocurrió en el caso de Lula, quien a los tres meses ya estaba en prisión. Además, agregó que la Constitución brasileña recoge que todas las personas son inocentes hasta que haya una sentencia condenatoria definitiva.
Pero la injusticia parece perpetua, aunque el 60% de los brasileños considera que Lula sufre una persecución injusta y el 75% que su encarcelamiento es para impedir que se presentara como candidato a presidente, agregó.
“El poder judicial en Brasil está muy violado, y una parte tiene miedo con este nuevo enclave político militar que presenta Bolsonaro. Hay un viento de derecha en América Latina y el mundo que ha puesto todo “de cabeza”. Ni Trump ni Bolsonaro imaginaron ser presidentes y ahí están. Por eso solamente la solidaridad y la presión mundial pueden poner a Lula en libertad”, comentó.
Cuando los diplomáticos cubanos en Brasil se comunicaron con él para informarles sobre la decisión de hacer una campaña mundial por la liberación del exmandatario, se emocionó. Fue a la cárcel y le contó, y Lula en pocas palabras le respondió: “de los cubanos puedes esperar eso, ve a Cuba y agradéceles”.
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