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jueves, 14 de noviembre de 2024

Bolivia en medio de la tempestad

Este año dejó a los pueblos originarios en manos de sus enemigos...

Clara Lídice Valenzuela García en Exclusivo 16/12/2019
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Bolivia quedó en una expectativa absoluta con la retirada de Morales y su vice Álvaro Lineras.

Aunque el expresidente boliviano Evo Morales siempre estuvo bajo la vigilancia del gobierno de Estados Unidos (EE. UU.) pocos previeron el golpe de Estado infligido el pasado 10 de noviembre que le hiciera renunciar de manera obligada y asilarse en Argentina, luego de pasar por México, donde recibió resguardo para salvaguardar su vida.

La salida del binomio presidencial Morales-Álvaro García Linera tambaleó la estabilidad política y socioeconómica construida durante 14 años y dejó en manos de la derecha sureña, manejada a su antojo desde Washington, el destino de un Estado plurinacional, en el que los pueblos originarios son víctimas de la discriminación racial y de una añeja política de odio.

Morales, 60 años, era considerado una piedra en el zapato de la Casa Blanca, que siempre lo consideró un peligro para sus planes de reversión derechista en América Latina —en especial en Suramérica­—. Pocos pensaron, no obstante, que saldría del Palacio Quemado con el cuño de la renuncia y una escapada de emergencia bajo la presión de ser asesinado por hordas revanchistas.

El gobierno izquierdista de México, nación siempre solidaria, lo invitó el mismo día 10 a trasladarse a su territorio para evitar que lo mataran los golpistas, protegidos por un plan maquiavélico orquestado en EE. UU y ejecutado en la práctica por la Organización de Estados Americanos (OEA) y la organización de los Comités Cívicos de las separatistas provincias del sur boliviano.

Lo que preveían las encuestas se cumplió el pasado 20 de octubre, cuando Morales ganó en primera vuelta la reelección para un nuevo mandato bajo la bandera del Movimiento al Socialismo (MAS) con 10,47 % de diferencia sobre el segundo colocado, Carlos Mesa, una victoria que los cívicos no aceptaron y, con ese pretexto, redoblaron las violentas acciones que venían desarrollando desde meses antes para desestabilizar la nación pluricultural.

Varios días antes de que el jefe del Ejército Williams Kalimán Romero le sugiriera renunciar al cargo, ocurrieron actos vandálicos en distintos departamentos, con ataques a militantes del MAS, amenazas de muerte, incendio de instituciones estatales, siempre orientadas por la embajada norteamericana.

Bolivia quedó en una expectativa absoluta con la retirada de Morales y su vice Álvaro Lineras, luego de declarar que dejaba el cargo para evitar una masacre de sus hermanos indígenas, pues lo que subyace bajo la represión derechista es una política de odio cristalizada en la figura presidencial. La oligarquía sureña nunca aceptó que un aymara presidiera el país ni que su proyecto socioeconómico devolviera la dignidad a un pueblo olvidado históricamente por las clases adineradas que ostentaron el poder antes.

Bajo el mandato del MAS y la orientación presidencial quedó instalada una Asamblea Nacional Constituyente, redactora de una carta magna que, entre los muchas transformaciones que legalizó, está la creación de un Estado pluricultural, la desprivatización de los grandes recursos naturales del país, la eliminación de la desigualdad social, la universalización de la enseñanza y la salud, entre otros importantes acápites.

Procedente de una familia humilde, líder sindical cocalero, el primer jefe de gobierno indígena de Bolivia brindó a su país una estabilidad política y económica que sirvió de ejemplo al mundo. Del segundo país más pobre de América Latina y el Caribe, Morales y su equipo situaron a Bolivia como una de las naciones de mayor crecimiento sostenible.

No es la primera vez que los grandes capitalistas bolivianos intentaron librarse del mandatario y su forma de gobierno, que no solo devolvió a su pueblo más humilde la dignidad personal, sino que situó al país en los primeros planos en la arena internacional, por su ejemplo de transformación de las estructuras económicas y sociales y su integración a los grandes planes de desarrollo local e internacional.

En 2003 también la poderosa oligarquía del sur boliviano intentó derrumbarlo y dividir la nación entre blancos e indígenas. La integración regional existente entonces en Suramérica y la movilización popular en especial en El Alto, a unos 15 kilómetros de En La Paz, la capital, donde viven más de un millón de indígenas, integrados en una red de microliderazgos regionales, impidieron el golpe de Estado.

Más allá de los logros del Estado, que beneficia por igual a todos sus ciudadanos, en Bolivia es permanente el odio a los pueblos autóctonos por parte de la clase media tradicional, como ha escrito García Linera, y Evo simboliza la realidad de un sueño colectivo. De ahí que el odio se haya focalizado en su contra, es decir, en contra de toda una población.

El protagonismo de EE. UU. en los acontecimientos quedó plasmado en la manipulación que hizo una vez más de la OEA, el detonante de los posteriores acontecimientos. Esa organización fue invitada casi ingenuamente por el gobierno masista —dado su historial— a observar las elecciones generales y ante las protestas opositoras de un supuesto fraude. Le permitió auditar las boletas y dieron a la publicidad supuestas incorrecciones en los votos, lo cual no corresponde a instituciones extranjeras.

El falso resultado divulgado por la OEA atizó los saqueos, incendios, atentados a los dirigentes del MAS, amenazas. La Policía se acuarteló en desobediencia y el jefe del ejército le pidió a Evo la renuncia.

Aunque el presidente y su vice partieron a México, la sublevación indígena que siguió a su partida dejó un saldo de 30 muertos, centenares de heridos y detenidos, la instauración de un gobierno de facto y la convocatoria a nuevas elecciones generales el próximo año sin la presencia de Morales.

Para algunos analistas, como el boliviano Katu Arkonada, detrás de los falsos movimientos de la OEA se esconden los verdaderos responsables del golpe de Estado que se venía fraguando desde hace varios meses. El propósito siempre fue sacar a Evo del escenario y derrocar el programa socioeconómico del MAS.

Para este autor, y otros como el brasileño José de Alencar, la senadora y autoproclamada presidenta Jeanine Añez carece de experiencia como para desplegar un plan tan habilidoso que en menos de 72 horas ordenó las masacres en Sacaba y Senkata, llamó a nuevos comicios en el 2020 y sacó del juego a Morales y su vice para futuras candidaturas.

El MAS, que se recuperó unas 48 horas después de la salida del mandatario del país, tomó la Asamblea Nacional, donde posee mayoría, e instaló una sesión de emergencia. Los parlamentarios junto a las organizaciones indígenas exigen en sus demandas que sean desenmascarados los culpables del golpe, pues Añez es solo un títere, por demás desechable, que cumple órdenes.

El jefe del atentado a la democracia boliviana tampoco puede ser Carlos Mesa, el candidato perdedor frente a Morales, pues carece de liderazgo político. Tampoco Luis Fernando Camacho, líder de los cívicos de Santa Cruz y futuro candidato presidencial, que se robó los focos, pero conoce que existen otras figuras a la sombra que son los jefes verdaderos.

El Comandante General de la Policía de Bolivia, Vladimir Yuri Calderón y Kaliman, quienes propiciaron la salida de Morales, no pueden adjudicarse la responsabilidad de la caída de Morales, pues solo cumplían órdenes. Yuri Calderón fue agregado militar en la embajada de Bolivia en Washington hasta 2018, y Kaliman ocupó ese mismo cargo entre 2012 y 2016.

Todas las coordenadas conducen a un mismo lugar: EE. UU. y el régimen ultraderechista de Donald Trump, quien advirtió en un discurso público que acabaría con el socialismo en América Latina.

Los análisis conducen a Jorge “Tuto” Quiroga como el principal articulador del golpe de Estado. Exvicepresidente del dictador Hugo Bánzer, y presidente entre 2001 y 2003. Este experimentado político está vinculado a diferentes agencias del Departamento de Estado norteamericano. Fue el responsable de la misión de observación de la OEA que avaló el fraude cometido en Honduras por Juan Orlando Hernández.

Quiroga tras bambalinas ordenó la autoproclamación de Añez, quien se juramentó con una biblia en la mano, en simbolismo de que los dioses indígenas habían salido del Palacio Quemado, donde de nuevo quedó instaurado el catolicismo. La Iglesia Católica respaldó públicamente el golpe contra Evo y justificó la represión contra los indígenas.

Al parecer, la principal misión del exmandatario es lograr el retorno de la Administración para el Control de Drogas​ (DEA, por sus siglas en inglés) y de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) a Bolivia, de donde fueron expulsados por Morales por sus labores conspirativas.

Movimientos silenciosos realizados con la complicidad de la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos, del expostulado Mesa, y de Waldo Albarracín (rector de la Universidad Mayor de San Andrés), acusan a Evo de ser el responsable de los asesinatos y la violencia.

El año que se aproxima será muy duro para Bolivia, pues el MAS intentará situar un nuevo candidato en la presidencia, mientras continúa la persecución contra sus militantes y dirigentes populares. Aún esa organización es mayoritaria en la Asamblea Legislativa Plurinacional, pero la presidenta de facto veta los decretos aprobados por mayoría, como el que exige la depuración de responsabilidades en los asesinatos de los indígenas.

Evo prometió regresar a su tierra el próximo año. Por el momento, el MAS lo designó jefe de campaña de quien sea su representante en los próximos comicios, pero aunque quizás él sea el único que pueda pacificar el país, hay demasiados intereses como para permitirle un retorno a los medios políticos.

Añez tratará, apoyada por los antes opositores, de normalizar la institucionalidad mediante la conformación de los nuevos poderes políticos, para anular de manera definitiva al expresidente, desmontar al MAS y las organizaciones sociales y movimientos populares e indígenas.

El 10 de noviembre de 2019 es para Bolivia el día mas aciago de un año que prometía la continuidad de un proyecto político sin precedentes, en la que fuera la segunda nación más pobre del subcontinente 14 años atrás, cuando Morales, un indígena humilde, vistió de largo a su país ante los ojos del mundo.


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Clara Lídice Valenzuela García

Periodista


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