Solo fueron 28 666 los votos —menos de un punto porcentual— los que dieron la presidencia de Uruguay al derechista Luis Lacalle Pou, un político que llega dispuesto a implantar el neoliberalismo unido a una agenda de orden patriarcal y religioso, que arrastrará 15 años de gobierno del izquierdista Frente Amplio (FA).
Cuando ocurre algo así —el paso de un presente seguro a uno indefinido pero predecible— los analistas gastan decenas de cuartillas para explicarse los giros del electorado, que como en este caso, aunque por una cifra mínima, decidieron aventurarse con los cambios prometidos por el candidato del Partido Nacional. Quizás, como aseguró en su momento Atilio Borón, el reconocido politólogo argentino, se inclinaron ante las promesas de un mejor país para luego de cuatro o cinco años de neoliberalismo, volver en las urnas al remanso de un gobierno progresista que piense en el pueblo y no en los capitales.
Los ejemplos están a la vista. En Chile, Colombia, Ecuador, —por citar tres ejemplos, pues en Bolivia ocurrió un golpe de Estado militar— las grandes masas, mediante los poderosos movimientos sociales, salieron a las calles a exigir las renuncias de sus mandatarios derechistas que entregaron las riquezas a trasnacionales, indujeron negativas reformas económicas y medidas represivas de corte dictatorial.
Uruguay fue, hasta el pasado día 24, cuando se realizó el balotaje entre el ahora presidente electo de 46 años, y el candidato del FA, Daniel Martínez, 62 años, uno de los países más estables de Suramérica. Tres gobiernos consecutivos de esa coalición de centroizquierda hicieron de la pequeña nación de poco más de tres millones de habitantes, un ejemplo de desarrollo económico sostenible, que redujo de manera importante el desempleo, la pobreza y otros males sociales. Era un oasis en medio de la vorágine neoconservadora impulsada por Estados Unidos (EE.UU.) en la región.
Los presidentes Tabaré Vázquez (dos mandatos) y uno de José “Pepe” Mujica dieron muestras de un pensamiento avanzado. Lograron la separación de la Iglesia y el Estado —ojo con la posición de la Iglesia Católica en el golpe contra Evo Morales— legalizaron derechos como los del aborto y el matrimonio igualitario, la venta en farmacia de canabis medicinal, pero, sobre todo, en medio de la crisis económica capitalista, una progresión económica, sin grandes alardes, pero que nunca bajó del 4 % anual.
Entre los logros de los gobiernos del FA está la reducción del índice de pobreza de un 34 % a un 8 %, de la desocupación del 20 % al 9 %. Uruguay tiene un PIB de los más altos de Latinoamérica, una inflación del 7 % anual y el salario mínimo más alto de la región (463 dólares). La redistribución de la riqueza se tradujo con mayores impuestos a los salarios mayores y en la ley sancionada en 2008 que limitó la jornada laboral de los peones rurales a ocho horas.
El balotaje trajo consigo una gran sorpresa. Luego de que Martínez ganara la primera vuelta con amplio margen (39,2 % contra 28,6 %), pero sin el 50 % para declararse victorioso, la segunda y definitiva, por el contrario, dejaba dudas, pues Lacalle Pou en solitario hubiese perdido, pero lo salvó el comprometedor acuerdo que hizo con los partidos derechistas perdedores, que no dudaron en entregarle sus votos.
No obstante, ese día 24, el FA sorprendió cuando la Corte Electoral no pudo nombrar un ganador y para declararlo debía recontar 35 000 votos observados.
Para obtener casi el 48 % de los votos a su favor el dignatario electo se metió en un callejón estrecho y sumamente peligroso para la seguridad de su futuro mandato.
Nada bueno augura, a la larga, su alianza con Guido Manini, un militar oscuro y ex jefe del Ejército despedido por Tabaré Vázquez por ocultar información al Ejecutivo, quien de manera irrespetuosa quebró la veda electoral para solicitar a los uniformados que votaran por Lacalle Pou. Junto a su partido Cabildo Abierto, le dieron su apoyo el Partido Colorado y otras dos agrupaciones minoritarias.
La profesora Soledad Castro Lazaroff, activista feminista, mostró su preocupación —que también poseen muchas mujeres— por la alianza de ultraderecha creada por Lacalle Pou, con el grave riesgo, dijo, de perder lo conquistado. “Tiene aliados de partidos de corte militar como Cabildo Abierto, y todos concuerdan en estar en contra de lo que ellos llaman ¨ideología de género¨, unidos a órdenes patriarcales y religiosos de la región”, precisó.
Castro Lazaroff puntualizó que “la ultraderecha haya llegado al parlamento es un retroceso, pero que las fuerzas militares estén en el gobierno por la vía institucional, como pasó con Bolsonaro (Jair) en Brasil es bastante atroz para nuestro pueblo gobernado por la izquierda que, con sus avances y retrocesos, estaba dando muchos pasos a favor de una democracia más plural e inclusiva. Esto es muy grave”.
Para la militancia frenteamplista se impone un análisis sobre qué falló durante sus gobiernos y como la población tenía otras preocupaciones mayores que los logros en materia de derechos, entre ellos el de la inseguridad ciudadana causada por la aparición en el país de bandas mafiosas.
El triunfo derechista no solo se dio en la presidencia, pues el partido de Lacalle Pou ganó en todos los departamentos menos en Montevideo —la capital— y Canelones, donde reside con su familia.
Según la politóloga del FA, Patricia González Viñoly, “este no es un proceso aislado. Tenemos que ver a Brasil, Chile, lo que pasa en Bolivia. Está claro que todo este movimiento tiene que ver con un avance geopolítico donde Latinoamérica empieza a ser un lugar de muchísima tensión política. Las izquierdas tienen que preguntarse qué pasó en los últimos procesos electorales”.
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González precisó que “lo que se viene es un neoliberalismo salvaje, están en riesgo los consejos de salarios y también ese lugar de refugio y de impulso para los feminismos, como la Ley de Aborto Legal, tan importante en la región, sobre todo para las compañeras argentinas que están dando esa lucha. Uruguay ha dado muchos pasos en ese camino y es terrible que perdamos esto, ganado sobre todo por una nueva generación que creció con estas luchas. Es un momento muy grave, pero confío en nuestro movimiento feminista y otros de base popular para resistir”.
Por su parte, el excandidato Martínez agradeció “de corazón” a quienes le brindaron su confianza y aseguró que el FA “seguirá defendiendo la democracia con más fuerza que nunca”, una tarea difícil con la mayoría del parlamento en manos de la derecha.
Hijo del exmandatario Luis Lacalle (1990-1995) y de la senadora Julia Pou, el presidente electo plantea reducir el gasto público (lo que augura desempleo) para superar el déficit del 4,9 %, una cifra envidiada por muchos países. Entre otras medidas propone reducir la reposición de vacantes en el sector público para bajar erogaciones.
En su programa está previsto el combate a la inseguridad que preocupa a muchos uruguayos.
Dejó claro, primero como diputado —asumió en 2002 a los 26 años— y luego como senador, banca que dejó para postularse de nuevo a la primera magistratura, que nunca votó en esas instancias ninguna ley de la agenda de derechos humanos.
Abogado de profesión, residente en el barrio privado La Tahona, en el departamento de Canelones, junto a su esposa Lorena Ponce de León y sus tres hijos Luis Alberto, Manuel y Violeta, Lacalle Pou se convirtió en el presidente más joven desde el retorno de la democracia, tras una salvaje dictadura (1973-1985) en una nación cuya tradición política suele ser dominada por veteranos.
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