Cuando una nación con hambre de futbol es eliminada de la carrera hacia el Mundial por un país de apenas 64,000 habitantes, el resultado deja de ser una simple anécdota deportiva. La reciente derrota de Cuba ante Bermudas –junio de 2025 y de local–, que sentenció su adiós al Mundial de 2026, es mucho más que un marcador adverso; es el síntoma más visible de una crisis profunda, que carcome los cimientos del balompié en la isla.
Este fracaso no es un incidente aislado, sino la culminación de una serie de factores negativos, una fuga de talentos incontenible y una fractura interna que ha llegado hasta el vestuario del equipo nacional. Para comprender por qué el fútbol cubano ha tocado fondo, es necesario analizar las piezas de un rompecabezas complejo, una por una.
El primer temblor que anticipó el desastre llegó desde el corazón del equipo. Aricheell Hernández, capitán, portador de la mítica camiseta número 10 y referente durante más de una década, anunció su renuncia a la selección nacional. Su salida no fue silenciosa, sino un acto de protesta tras discrepancias con la Asociación de Fútbol Cubana (AFC).
El impacto fue inmediato: que el líder del vestuario abandonara el barco en 2023 de forma tan contundente, sacrificando sus propias metas, envió una señal inequívoca de fractura interna. Los analistas predijeron que su salida sería la primera de varias.
Eliminados del Mundial Más Accesible de la Historia
El contexto hace que la eliminación sea aún más dolorosa. La clasificación para la Copa del Mundo de 2026 representaba una oportunidad sin precedentes. Con los gigantes de la región —México, Estados Unidos y Canadá— clasificados como anfitriones, la CONCACAF ofrecía tres cupos directos y dos al torneo de repechajes. El camino aparentemente estaba más despejado que nunca
La esperanza se materializó brevemente en el partido decisivo contra Bermudas. Al minuto 57, Cuba marcó el gol del empate y el delirio se apoderó de las gradas. Con el control del balón y el rival replegado, la clasificación parecía al alcance de la mano; "el partido parecía controlado". Sin embargo, con 20 minutos por jugar, el técnico Yunielys Castillo tomó una decisión inexplicable: cambió a una defensa de cinco hombres, replegó las líneas y "entregó el balón al rival". La invitación fue aceptada. Al minuto 74, un pase filtrado descompuso a la defensa cubana y Bermudas sentenció el partido. Lo que debía ser un paso histórico se convirtió en una humillación autoinfligida.
El Director Técnico Castillo presentó su baja por escrito un mes después de la eliminación de la Absoluta en la clasificación. Con esa decisión perdió la opción de participar en el mundial sub-20, cosa que nos afectó
La Fuga de Talentos
La deserción de atletas es un problema crónico. Durante la Copa Oro 2023, cinco futbolistas abandonaron la delegación, un episodio más en una larga historia de fugas. Ante esta sangría de talento, la respuesta de la Federación Cubana de Fútbol ha sido reveladora. En su afán de perfeccionar todos los procesos, anunció una novedosa iniciativa: la implementación de un sistema automatizado de la FIFA para registrar a todos los atletas desde categorías inferiores.
El objetivo es controlar mejor a nuestros atletas en cualquier parte del mundo. En la práctica, este registro busca limitar que los jugadores fichen por otros equipos de forma ilegal y asegurar futuros beneficios económicos por derechos de formación. Si bien esta medida no va a resolver de manera absoluta el problema, permite regularlo y de alguna forma legalizarlo.
Campeones en el Extranjero
Entre las heridas del fútbol cubano no se encuentra la falta de talento, sino más bien como retenerlo. El caso de Marcel Hernández es paradigmático: un delantero talentoso, que se excluyó a sí mismo de la selección nacional, que se ha consolidado como campeón y figura en la liga de Costa Rica. Su ausencia en las convocatorias es un recordatorio constante del potencial que Cuba desprecia.
“En Cuba se están dando pasos, pero no alcanzan, cuando las condiciones cambien regresaré” declaró Hernández al periódico costarricense Centroamérica.
Esta paradoja no es exclusiva del fútbol, sino un síntoma de una crisis más amplia en el deporte cubano. Mientras la selección no alcanza los objetivos propuestos, atletas que dejaron la isla alcanzan la gloria olímpica bajo otras banderas. En París 2024, Jordan Díaz ganó la medalla de oro en triple salto para España; en la misma prueba, Pedro Pablo Pichardo obtuvo la plata para Portugal; y en lucha grecorromana, Yasmani Acosta se colgó la plata representando a Chile. Estos triunfos en el extranjero ilustran una dolorosa verdad: el problema no es la materia prima.
Un liderazgo fracturado, un fracaso deportivo histórico, un talento que brilla fuera de casa y un cuerpo técnico insostenible no son problemas aislados. Se entrelazan para pintar el retrato completo de una crisis que trasciende el marcador. Es un problema de gestión, de visión y de identidad.
La pregunta que queda en el aire es tan profunda como el conflicto mismo. ¿Podrá el fútbol cubano reconstruirse desde sus cimientos, o está destinado a vivir de glorias pasadas mientras su futuro se desvanece en canchas extranjeras?
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