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lunes, 19 de mayo de 2025

El cuarto de Martí 

Hay cuartos en otras ciudades, habitaciones de paso, hoteles de laurel, cuartos de conspiraciones y tormentos. Pero hay un cuarto en el peregrinaje de Martí, que no podemos olvidar: El cuarto de la masía catalana, de José María Sardá, en Isla de Pinos…

Julio Cesar Sánchez Guerra en Exclusivo 18/05/2025
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El cuarto de Martí
Foto de archivo del periódico Victoria. (El cuarto de Martí, cerca del busto, del autor J. Sicre)

Es viernes, 28 de enero de 1853. El grito del niño vuela por la calle Paula y atraviesa el frío intenso de La Habana colonial. Hay frío, una muerte, un nacimiento; pero nace un hombre solar:   eso no la sabe madre Leonor, para ella es solo Pepe, su primogénito del alma, el niño que abraza y alimenta en el humilde cuarto del segundo piso en la calle Paula.

En la vieja Habana, vive en muchas casas alquiladas; son cuartos estrechos y tal vez oscuros, en los que reside, hasta donde aguante el bolsillo, la numerosa familia.

Hay cuartos en otras ciudades, habitaciones de paso, hoteles de laurel, cuartos de conspiraciones y tormentos. Pero hay un cuarto en el peregrinaje de Martí, que no podemos olvidar: El cuarto de la masía catalana, de José María Sardá, en Isla de Pinos, donde es deportado y  permanece 65 días, desde el 13 de octubre hasta el 18 de diciembre de 1870.
José Julián, queda instalado en el primer cuarto del segundo cuerpo de la masía, en la planta baja; encima y sobre la madera, está el granero que sobresale con su techo de guano. El cuarto es pequeño y pulcro. Una cama de la época, un armario, la lámpara de aceite, una ventana que apunta hacia el este, por donde se asoma la luz del sol.

Desde la puerta abierta se siente el olor a café, o a carne asada que viene de la cocina. Martí, cierra la puerta; y la hoja de madera le parece un rectángulo azul y grande, sostenido por las bisagras; un ataúd que espera la última cerradura. Pero todavía no es hora de morir.

Guarda bajo la almohada el pedazo de cadena que arrastró en las canteras, y lo acaricia. Intenta dormir; hay pesadillas, muchas pesadillas que traen el humo de presidio, y los gritos, y los latigazos; y Lino  Figueredo, se le aparece extendiendo su inocencia de doce años  sobre los cajones de piedra. Y  en su mente, Martí, escribe: Mi alma volaba hacia su alma. Mi vida hubiera dado por la suya.

Tiene sueño José Julián, y duerme, y sueña que un día romperá todos los grillos y cadenas. Las pesadillas agitan sus sueños, está en una isla lejana, y las heridas no alimentan el odio. Ya viene marcado por el amor como energía revolucionaria.

Cien años después de aquel nacimiento, en el cuarto de la calle Paula, José Lezama Lima, se inclina sobre la revista Orígenes, y escribe estas enigmáticas palabras: José Martí fue para todos nosotros el único que logró penetrar en la casa del alibi. El estado místico, el alibi, donde la imaginación puede engendrar el sucedido y cada hecho se transfigura en el espejo de los enigmas.

Alibi, llaman los místicos orientales, a lo que es capaz de crear por la imagen la realidad. ¿La casa del alibi? ¿En qué reino del espacio podemos situar la casa? ¿En el gran poema del Diario de Campaña? ¿La imagen,  en la palabra que acompaña como  un sol al poeta? ¿Alibi en la noche de un caracol sobre el rectángulo de agua? ¿Y puede existir la casa sin un humilde cuarto?

Es ahí donde se alza el misterio de las paredes que guardan la voz de Martí: En ese pequeño cuarto del Abra, se conservan las losas originales del piso. El piso rojizo que sostiene los pasos, y los sueños, y las pesadillas, las memorias del presidio, las cartas perdidas, y el amor a Dios; las lágrimas sobre las sábanas blancas, los hierros bajo la almohada, acaso los hierros de su cama de roca, y la anagnórisis de reconocerse en el amor.

Hay pisadas y huellas de Martí, borradas por el derrumbe del tiempo; otras permanecen: su casa natal, el monte de la infancia en Hanábana, el paso por la casa de Gómez en Montecristi,  una iglesia, una tribuna, una playita de piedras….pero el cuarto del Abra, es un espacio pequeño donde la imagen engendra la realidad  de un sueño: alzar la justicia a la altura de las palmas.

El cuarto del Abra, es el cuarto del reposo de sus llagas, de lecturas bíblicas, de la soledad de la noche atravesada de mosquitos o jejenes en  la mitad octubre, noviembre y  la mitad diciembre de 1870.
Es el cuarto de la noche, donde se borra la montaña que tiene frente a la ventana, la de Sierra de Caballos; y la que tiene detrás de la puerta que da para la cocina, la Sierra de las Casas; al cuarto del Abra, le cae la noche, la segunda patria de Martí.

El cuarto del Abra está vacío. Es el recipiente de un cuerpo que recibe un baño de luz. La palabra engendra una realidad. En un pequeño cuarto, sin escalones, se sitúa el territorio del alibi. Respira Martí, inspira, expira; hay diástoles y sístoles. El corazón no sabe doblarse de rodillas; y la muerte, no lo mata. Sobre el techo del cuarto, pasa un gajo de la ceiba, y el cielo guarda su secreto, en el silencio ancestral  de  las raíces.

             


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Julio Cesar Sánchez Guerra

Pinero de corazón. Pilonero de nacimiento. Cubano 100 por ciento. También vengo de todas partes y hacia todas partes voy. Practicante ferviente de la fe martiana. Apasionado por la historia, la filosofía y la poesía.


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