“Cuando llegue la luna llena, iré a Santiago de Cuba…”
Hace 45 años, el corazón colonial de la segunda ciudad más importante de Cuba fue declarado Monumento Nacional. El Centro Histórico de la Villa de Santiago de Cuba es más que un conjunto de calles antiguas: es memoria viva de la resistencia, la música, el sincretismo religioso y la arquitectura criolla que aún se asoma entre los balcones de madera y las viejas rejas de hierro forjado. Según historiadores, es una de las que conserva la distribución arquitectónica más fiel a las antiguas villas: La Casa del Gobernador, el Ayuntamiento y la Iglesia, dispuestas alrededor del parque más importante.
“Si desde el Tivolí no se ve el mar, si descubres alguna ventana que no se haya abierto nunca a las guitarras, puedes decir entonces que Santiago no existe”
Esta ciudad, cuyos cimientos fueron edificados cual anfiteatro de terrazas, y las calles dispuestas de una en una, para que desde la bahía se observe el centro, cumple 510 años. Es poesía encarnada en el trazo irregular de sus andares que suben y bajan, dibujando perspectivas únicas que se abren a una de las bahías más hermosas del Caribe. La ciudad, fundada en 1515 por Diego Velázquez, tiene un alma mestiza que ha crecido entre cimarrones, mambises, rebeldes, trovadores y devotos de la Virgen de la Caridad del Cobre.
“Santiago cuna y pan, Santiago!!”
Sus calles son un canto de resistencia: estrechas y angostas, marcadas por el tiempo, olorosas al Sol del Caribe. En ellas resuenan los tambores del carnaval, las guitarras de los soneros, el sonido de las fichas de dominó cuando repican en la mesa, los rezos a los altares, la corneta china de una conga…
“En un coche de aguas negras, iré a Santiago…”
El Centro Histórico conserva construcciones como la Casa de Diego Velázquez, considerada la más antigua del país, el Parque Céspedes, donde Fidel Castro proclamó el triunfo de la Revolución en 1959, y la Catedral de Santiago, enclavada en el mismo sitio, aunque con arquitectura del Siglo XIX. La bahía, por su parte, es una joya natural que abriga a la ciudad. Sinuosa y profunda, fue testigo de la llegada de corsarios, esclavos y emigrantes franceses.
“El mar sonriendo a lo lejos. Dientes de espuma, labios de cielo.”
En Santiago de Cuba, la arquitectura no solo se mira: se escucha. Las casonas con corredores amplios y patios interiores guardan las voces del pasado. Los solares del mil en uno albergan las voces del presente y los sueños del futuro. En cada rincón hay un eco de historia o de música, de lamento o júbilo. Nada está quieto en Santiago: ni el viento, ni el alma.
Caminar las rutas santiagueras es sentir la calidez de su gente, la intensidad de sus colores, el vértigo de su historia. Es ver cómo la ciudad, como los versos de Lorca, se reinventa en cada mirada, en cada paso, en cada esquina que se abre al mar.
Santiago no se visita: se vive. Y cuando uno va, como Lorca, ya no vuelve igual.
“Iré a Santiago, oh ritmo de semillas secas.
Iré a Santiago, oh cintura caliente y gota de madera,
arpa de troncos vivos, caimán, flor de tabaco”
(Federico García Lorca)
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