Nueve hijos tuvieron José Hernández Collazo y Amada Cruz Hernández, nueve hijos criados a lo sombra de un techo humilde como tantos otros nacidos en la Cuba republicana, donde la corrupción y la represión sembraban miseria y terror por doquier. Emilio, retoño del matrimonio Hernández-Cruz, nacido el 28 de mayo de 1932, tempranamente comprendió la urgencia de transformar la realidad, no solo de su Artemisa natal, sino de todo el país. Blanca, hermana de Emilio también formó parte de esa generación que creció bajo el estigma de la dictadura y con la voluntad de ponerle fin.
Hoy, a pesar de sus 92 años, Blanca Hernández Cruz no olvida los tiempos en que, obligada por las necesidades económicas de la familia, abandonó la escuela para ayudar a criar a sus hermanos: “Desde los 16 años despalillaba, ya mayor comencé a arreglar pelo, porque me gustaba. Yo era la hembra mayor, por eso cuidaba a mis hermanos para que mi mamá cosiera. Todos eran maravillosos y trabajaron desde pequeños. Emilio, por ejemplo, dejó la escuela en cuarto grado”.
Tampoco se borra de la memoria de Blanca Hernández su participación en la lucha clandestina. A diferencia de otros familiares de los participantes en el asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, ella sí sabía que algo importante se gestaba en los días previos a la acción: “Con mi experiencia como militante del partido, sabía de lo que ellos hablaban”, asegura.
La rebeldía de Emilio no era secreto para sus seres queridos. En disímiles ocasiones había expresado su aversión al régimen y su anhelo de ver el desplome de la tiranía. También demostraba su determinación para llevar a la práctica sus ideales, no en vano Blanca caracteriza a sus hermanos como revolucionarios.
Una anécdota aflora a los labios de esta mujer llena de historia: “Cuando estaba esperando a mi segunda hija, llevaba la mayorcita a mi mamá para que la cuidara mientras yo despalillaba y venía después a pintar pelo. Un día, la niña quiso que yo la cargara. Emilio dijo: ‘No, ven que yo te voy a cargar, porque tu mamita trae un hermanito o una hermanita para ti’. Pero ella no se dejó. Entonces él pegó un piñazo en la baranda y dijo: ‘¿Hoy precisamente no te dejas cargar por mí?’. Al otro día se marchó al Moncada”, se detiene y sus ojos llorosos se clavan en un punto perdido en el espacio, para luego agregar en un susurro:“Lo perdimos”.
Además, recuerda que, antes de irse, Emilio le pidió dinero, pero Blanca no tenía hasta que no le pagaran.
Emilio Hernández es uno de los diez artemiseños que salen con vida del asalto y se reúnen con Fidel en la Granjita Siboney. Sin embargo, en el trayecto hacia la cordillera de la Gran Piedra, se extravía. Separado del grupo, es capturado por los lobos al servicio de Batista, quienes lo asesinan y luego lo reportan como caído en el Moncada.
“Nos enteramos de los hechos por la radio. Entonces empieza mi mamá a gritar y a llorar: ‘¡Ah mi hijo! Ya no fumo más tabaco’, porque él fumaba los cabitos que ella dejaba”. La voz de Blanca se ahoga, se quiebra y las lágrimas surcan su rostro, las mismas amargas lágrimas y el grito sofocado que enlutó su hogar seis décadas atrás.
La pérdida, la persecución, la atmósfera de temor y represión no impidieron que Blanca, con el ejemplo de su hermano como estandarte, continuara la batalla hasta el alborear de la Revolución en enero de 1959. Al igual que miles de cubanos que, como Emilio Hernández Cruz, estaban dispuestos a hacer realidad el sueño de fundar una nueva nación.
“Mi hermano era un hombrecito completo. No solo él, todos los que participaron en el Moncada, todos tan jóvenes y valientes. Esos son hombres de verdad”.
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