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lunes, 18 de noviembre de 2024

Clases de Historia y de Educación Cívica... ¿Para qué?

La interrogante común de quienes no encuentran los motivos para enamorarse de lo que fuimos, lo que somos y seremos...

Ana María Domínguez Cruz en Exclusivo 30/08/2014
2 comentarios

¿Cuáles fueron las causas del fracaso de la Guerra de los Diez Años? ¿Qué sucedió durante la Guerra Hispano-Cubano-Norteamericana? ¿Quién fue Rubén Martínez Villena? ¿Cuáles fueron los combates más importantes del Ejército Rebelde y qué se pudo aprender de cada uno de ellos?

Se acercaba la fecha de las pruebas de ingreso a la Universidad y en mi aula y en otras de mi preuniversitario no dejaba de escucharse: “¡Qué aburrido es estudiar Historia! Hay que aprenderse tantas cosas de memoria…”. Y recuerdo que el profesor nos decía que no había que memorizar cosas sino leer, pensar, analizar las condiciones y situaciones de las diferentes épocas, las causas y consecuencias de los hechos y para hacer todo eso, bastaba con enamorarse de lo que somos hoy que, en buena medida, es resultado de lo que fuimos e hicimos ayer.

Y nos proponía títulos de libros que “cuentan la historia de otra manera”. Nos convidaba a imaginar cómo hubiéramos hecho nosotros las cosas si fuéramos los protagonistas de otros momentos en el país y propiciaba el debate. Nos enseñaba a “alumbrarnos” las entendederas con esquemas y gráficos que podían organizarnos mejor en nuestras cabezas el cúmulo de información que de un día para otro queríamos dominar… “Conocer la historia de nuestro país no es cosa de un día. El interés y el amor por ella debe alimentarse todos los días”, nos decía, y la verdad es que muy pocos le hacían caso.

Y sí, llegaban las fechas de los exámenes y las calificaciones podían ser las mejores, pero hoy es posible que conversemos y se hayan olvidado fechas, sucesos importantes en nuestras luchas independentistas, datos biográficos esenciales de quienes mucho hicieron por esta nación. Es ese el resultado de querer “coserse” en pocos días lo que se debe conocer porque sí, porque es nuestra vida.

Las escenas se repiten cada vez que se acerca un examen de esta materia y he podido comprobarlo en cada ocasión que cerca de mí he tenido a un estudiante de la enseñanza primaria, secundaria, preuniversitaria e incluso de la superior. Los alumnos hallan la seguridad de una buena nota en las 50 preguntas que conforman la guía de estudios o en los aspectos que aborde el profesor en un repaso antes de la prueba. Podemos leer las pruebas de todos los estudiantes de un grado y encontraremos iguales ideas y palabras en las valoraciones que hacen de nuestros héroes y combatientes, en las argumentaciones de una sentencia ya ofrecida o en la descripción de un hecho. ¿De quién es la culpa?

No hay por qué buscar ahora un gato para ponerle el cascabel pero lo cierto es que el deber de un maestro en el aula no es solo enseñar una asignatura e incluso educar más allá de los contenidos en comportamientos, acciones, conductas. Un maestro debe saber —y por eso su vocación debe ser inmensa— de qué “artimañas” valerse para lograr que sus discípulos se enamoren de aquello que forma parte de un plan de estudios.

Es que, como expresara el Doctor Horacio Díaz Pendás, profesor por excelencia de esta disciplina, “la Historia de Cuba es más que una asignatura, es una labor educativa que toda la sociedad tiene que plantearse, y requiere del perfeccionamiento permanente en la manera de comunicar ideas, de propiciar el diálogo, el debate, el contrapunteo de opiniones, porque hay que enseñar a pensar”.

Si de historia se trata, hay que buscar los métodos, las iniciativas, las posibilidades para que los estudiantes añoren conocer su propia historia de vida, porque la de su país es también suya.  Es posible que a alguien le agraden más los números, las ciencias, mientras que a otros les apasione el mundo de las letras. Pero, la historia de su país, esa que explica el presente y nos da luces para trazar el futuro, no puede ser emoción de unos pocos.

Las clases de Educación Cívica, tildadas de “pérdida de tiempo” por algunos muchachos, deben convertirse en el momento ideal para pensar entre todos la sociedad que compartimos y que debe mejorar en modales, conductas e intereses colectivos, para que nuestra convivencia social sea mejor para todos.

No es posible que la Cívica nos proporcione, de una manera muy básica y elemental pero valiosa al final, elementos jurídicos y formales que necesitamos conocer para nuestro desempeño y que la ignoremos y rechacemos esos turnos de clases.

Si se realizan encuestas y son estas las dos asignaturas que, por lo general, cargan sobre sus “hombros” adjetivos y opiniones negativas por parte de los estudiantes, algo urge hacer desde la preparación metodológica, teórica o de contenidos de un maestro, al que de todos modos debe haberle venido desde el nacimiento el don de saber contar —talento imprescindible para enseñar Historia en un aula— y algo no puede dejarse de hacer tampoco en el seno de la familia. No solo es el profesional de la educación el que debe “engatusar” al niño, al adolescente, al joven. También puede hacerlo su padre, el abuelo, la tía, el amigo de la casa que un día despertó su interés al regalarle un libro o contarle un pasaje de la historia del que poco se hable, “detalle” que ignoran muchos de los que frente a un aula repiten una y otra vez lo que en el libro de texto está, sin enriquecer su clase con otros materiales.

La reflexión llega ahora, cuando pocos días quedan para comenzar un nuevo curso docente. Yo fui de las apasionadas por el mundo de las letras y tal vez este regaño me corresponda cuando deba solucionar una situación específica en mi cotidianidad y reconozca que mis escasos recuerdos hoy de trigonometría, circuitos eléctricos o mezclas de sustancias hacen de mí una desdichada. En ese momento me daré cuenta de que la Matemática, la Física y la Química también son necesarias y agradeceré que lo poquito que todavía guarde en mi memoria se lo deba a esos profesores que en distintos momentos de mi preparación docente supieron llegar a mí.

En cuanto a la Historia de Cuba y a la Educación Cívica, no es cuestión de gustos. Se trata de sentido de pertenencia, amor a lo que somos y sobre todo, del convencimiento de que seremos mejores en la medida en la que sepamos más de nosotros mismos y nos comportemos mejor.


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Ana María Domínguez Cruz

"Una periodista cubana en mi tercera década de vida, dispuesta a deslizar mis dedos por el teclado".

Se han publicado 2 comentarios


Jose
 30/8/14 11:18

La historia de cuba pasa por las guerras de independencia, el asalto al cuartel moncada y par alos priemros años de la revolución. no veo en ningún lado cómo se cuenta la historia del período especial, por ejemplo. Eso no e shistoria ya?

Mercy
 30/8/14 11:15

Uno de los problemas metodológicos a mi juicio es el efecto "mural" que tiene la enseñanza de la historia, tanto en la escuela como en nuestros medios. Todo se basa en efemérides, y mitologizar seres humanos,  muchas veces sin contextualizar adecuadamente y sin establecer la relación esencial pasado-presente que haga al lector reflexionar por qué y cómo ha llegado hasta aquí, por qué vive cómo vive. Hace un tiempo leía una semblanza de Villena en el periódico Trabajadores que comenzaba narrando la felicitación que recibió cuando era niño por su director de escuela por lo bien que se desempeñó durante un tiempo en su gestión pública como funcionario de gobierno, algo que desarrollaban en la escuela primaria. Eso no es educación cívica también, cómo enseñamos nuestra Ley Primera, nuestra constitución a un muchacho de primaria, cómo hacemos para que adquieran normas de urbanidad, cultura jurídica, etc.. a esa edad? En fin. hay mucha tela por donde cortar.  Qué bueno que trajeron el tema a colación.

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