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martes, 1 de julio de 2025

Padre y Naturaleza

A veces cuesta entender que crecimos, que estamos cerca de hacer más grande la familia, que ese natural paso del tiempo y los contextos no disminuyen el amor entre padres e hijos, sino que lo transforma…

José Luis Álvarez Suárez en Exclusivo 22/06/2025
1 comentarios
“Paisaje criollo”
“Paisaje criollo”, 1943. Obra del cubano Carlos Enríquez.

Justo el día en que cumplía 28 años de edad llegué a Contramaestre, y por primera vez mi padre no me esperaba al final de un itinerario que siempre comenzaba en La Habana. Desde que una hermana suya se estableció en la capital, nuestras vidas quedaron fragmentadas entre los dos lugares. Se volvió común ir a pasar las vacaciones a la gran ciudad, hasta que permanecer definitivamente allí fue necesario. No tanto para él que enseguida determinó que nada lo complacía más que sus amistades habituales y las bondades del campo. Sería yo quien le ganaría al tiempo: estudios universitarios y un quinquenio de experiencia laboral.

La razón exacta por la que no lo vimos al bajar del ómnibus interprovincial una madrugada de viernes 30 de mayo la desconozco. Había una muy lógica asociada al transporte: no tendría vehículo automotor para trasladarse desde el corazón de nuestro consejo popular rural identificado como Los Bungos hasta la cabecera municipal. Tampoco era dueño de moto eléctrica, ni de volanta, el popular medio que necesita la fuerza de un caballo; las soluciones de las que disponen unos pocos en la zona. No creo que su pequeña bicicleta resolviera, pero, aun así, era una ausencia muy rara. Él siempre buscaba la forma de llegar.

Después de recoger el equipaje junto a mi novia y compañera de viaje realicé una llamada telefónica y supe que el encuentro demoraría más de lo previsto. Es probable que en las últimas horas hubiera informado con prisa de cómo sería el traslado, pero juro que no escuché. Uno de sus colegas, con un tractor más cerca del pueblo que de él, sería el encargado de esa primera recepción. Sobre cuatro ruedas y con la aparición del sol fuimos adentrándonos en el monte.

En lo que aguardaba el abrazo a una distancia de aproximadamente once kilómetros saludamos desde el artefacto rodante a estudiantes, profesores, campesinos y otros conocidos con los que se comparte el orgullo de ser coterráneos. Hasta “dimos botella” a una jovencísima doctora, mientras cuestionamos otro amanecer sin electricidad, ni transportación masiva, ni pan recién horneado. Un contexto que afecta, pero que no detiene el curso de la vida hacia el crecimiento personal, los sueños...

¡Y allí estaba papá!, con la sonrisa de oreja a oreja. Con agua por cargar desde un pozo, leña por cortar, pero feliz porque le llegaba visita. Lo abrazamos tanto a él como a su esposa; y acto seguido, en otro batey tomamos también el café hecho por mi mamá. Aunque era día de cumpleaños, sí anunciamos desde antes que preferíamos descansar, y celebrar el sábado, mas no faltaron las felicitaciones, el trago de ron y los regalos.

También conversamos sobre el mayo sin lluvias que despedíamos y las consecuencias de eso, tal vez como efecto del cambio climático. Cientos de hectáreas sembradas de maíz, yuca, hortalizas y otros cultivos sin prosperar, y mesas casi vacías, y tanques en la misma situación, porque ni las redes hidráulicas ayudaban en la difícil etapa. Ningún indicio de bombeo de agua, ni comunicación efectiva al respecto.

Sin embargo, al día siguiente la celebración despejó cualquier crisis y para los invitados de honor, los anfitriones, la familia, amigos y vecinos se hizo la abundancia. Caldosa y rones de diferentes categorías recorrieron el círculo y la mesa donde jugamos dominó, y la gran cena estuvo de lujo, incluso, con tamales de algún maíz que milagrosamente pudo salvarse entre tanta cosecha perdida.

En las sucesivas jornadas seguimos disfrutando de la misma suerte y llevamos nuestro saludo a gente querida de otras comunidades de esa también querida demarcación de la provincia Santiago de Cuba. Hicimos una aventura de la opción de ir a un río lejano a refrescar, y de paso pescamos. El mango, la fruta de temporada, fue una delicia en meriendas.

Apenas comenzaba junio, y en la última noche de nuestras vacaciones, además de asaltarnos la añoranza próxima a una partida, crecían algunas preocupaciones. Quedaba poca agua en los tanques, y el entorno no recuperaba su verdor. Y esa noche, la última, llovió. ¡Aguacero de mayo!, podría decirse más por la intensidad que por la fecha. Al amanecer era noticia entre vecinos que el líquido caído sobre el tejado, había sido bendición para los depósitos en los hogares.

Apreciando la tierra mojada, la despedida fue una certeza. Papá, casi sexagenario, desde su adolescencia domó tractores, y con la posibilidad de todavía hacerlo, volvió a sorprender al encomendarnos a aquel colega. Nos fuimos en silencio al centro de Contramaestre, y de ahí a La Habana. Llovía aquella tarde cuando subimos a la guagua, y por primera vez, durante décadas, no lo vi a través del cristal de la ventana cuando salíamos de mi pueblo.

A veces cuesta entender que crecimos, que estamos cerca de hacer más grande la familia, que ese natural paso del tiempo y los contextos no disminuyen el amor entre padres e hijos, sino que lo transforma. Pero si fuera natural un detalle así, confieso que no quiero acostumbrarme.   
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José Luis Álvarez Suárez

De Los Bungos de Cuba a la gran ciudad, de la Universidad de Oriente a la Universidad de La Habana o de la Radio y Televisión nacionales al Periodismo Hipermedia. Estamos aquí y ahora con la motivación principal de captar y contar las esencias del proceso de Formación Vocacional y Orientación Profesional en la sociedad cubana. Marcan nuestra agenda las historias de superación personal, las verdades sobre el estudio, profesiones y oficios, y mercado laboral. Para el intercambio puede comentar los textos, escribir al correo jose.luis@cip.cu y seguir las cuentas en redes digitales de la revista Cubahora y el proyecto Vocaciones Cuba.

Se han publicado 1 comentarios


Jorge Luis Frías Armenteros
 25/6/25 20:03

Bella crónica de la identidad que nunca se pierde cuando las raices están en el corazón y la sangre. Gracias.

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