Dicen que las emociones son expresiones “exteriores” de sentimientos acumulados, formados en el área de la imaginación y la visualización del cerebro, en las que en cada segundo se interpreta y procesa la información llegada al ser humano por los cinco sentidos.
En este ir y venir de imágenes, sucesos y experiencias, cada persona decodifica sus vivencias, y asume determinadas posiciones de acuerdo a lo que su mente le indica.
No en vano cuando se afirma que cada persona es un mundo, lo que decimos en realidad es que cada ser humano tiene su propia manera de aprehenderlo, de situarse en él y de relacionarse con los demás.
Esa condición se la debemos a nuestras “inteligencias”, no solo la intelectual o matemática, sino a una más compleja y decisoria en la vida de cada hombre y mujer, que es la emocional.
Aunque todas las habilidades cognoscitivas “trabajan” juntas para facilitarnos la comprensión del entorno, motivarnos a resolver problemas y estimular nuestra creatividad, la inteligencia emocional determina en buena medida el nivel de bienestar del ser humano, al permitirle adaptarse y tomar ventaja en las situaciones más extremas.
Se trata de la capacidad de controlar emociones para poder relacionarse de manera óptima con el entorno, de conocerse a sí mismo y a sus semejantes, con el fin de vivir armónicamente en una sociedad cada vez más interactiva.
SENTIR DESDE LA MEMORIA
Según se describe en la literatura especializada, las definiciones populares de inteligencia emocional hacen hincapié en los aspectos cognitivos, tales como la memoria y la capacidad de resolver problemas.
Sin embargo, varios investigadores comienzan a reconocer la importancia de los aspectos no cognitivos. En el año 1920 se utilizó el término de inteligencia social para describir la habilidad de comprender y motivar a otras personas.
El psicólogo estadounidense David Wechsler, para 1940 señalaba la influencia de factores no intelectivos sobre el comportamiento inteligente, sosteniendo que nuestros modelos de inteligencia no serán completos hasta que no puedan describir adecuadamente los factores emocionales.
Esto implica que tanto el conocimiento, como el manejo de las emociones, permiten expresar o no, asumir o no las decisiones de la vida cotidiana de forma sana y satisfactoria, y sobre todo con un sentido de asertividad.
Otro de los orígenes planteados de la inteligencia emocional está en el psicoanalista Joseph Ledoux, quien en su libro El cerebro emocional (1996), señala la existencia de los circuitos neuronales del cerebro, y afirma que la emoción precede al pensamiento.
Explica el porqué de los procesos de raciocinio que tienen lugar en el neocórtex, que van muchas veces en contra de los impulsos de la amígdala cerebral y el hipocampo, donde radica la “sede de las pasiones”.
Aquí desempeña un rol importante la memoria emocional. De acuerdo a los estudios, las opiniones inconscientes son recuerdos emocionales que se almacenan en el cerebro.
En él, los sistemas de alerta neuroquímica que preparan al organismo para luchar o huir en un momento de peligro, también graban aquellos que marcan felicidad y emociones fuertes.
La llamada amígdala es el lugar más importante al que van estas señales, activan neuronas para indicar a otras regiones que refuercen la memoria para registrar lo ocurrido, lo cual explica por qué a veces tenemos traumas o recuerdos emocionales con cierto nivel de intensidad y no sabemos por qué.
En el cambiante mundo social, uno de los inconvenientes de este sistema de alarma neuronal es que, con más frecuencia de la deseable, el mensaje de urgencia mandado por la amígdala suele ser obsoleto.
La amígdala examina la experiencia presente, y la compara con lo que sucedió en el pasado, utilizando un método asociativo, equiparando situaciones por el mero hecho de compartir unos pocos rasgos característicos similares, haciendo reaccionar con respuestas que fueron grabadas mucho tiempo atrás, a veces caducas.
DE LOS RECUERDOS A LA ACCIÓN
Sin dudas, uno de los espacios en los que tiene su máxima expresión la inteligencia o la “torpeza” emocional es en la relación interpersonal y de pareja. Existe evidencia científica en psicología social de que las relaciones entre hombres y mujeres no se dan al azar o por la tan mencionada química, o “atracción a primera vista”.
En realidad, las relaciones íntimas entre dos personas requieren de una conexión que va más allá del físico, de la pasión y los escenarios complacientes.
Para ellas es clave el “talento” emocional, determinado por las interacciones emocionales. Aunque en principio hay razones psicosociales flexibles que definen por qué se elige o cómo se elige la persona que tiene la probabilidad de ser un candidato para formar pareja, la mayoría de las veces, son las bases emocionales cognitivas las que conducirán a la felicidad o infelicidad de la pareja.
La carencia de conocimientos y destrezas de comunicación constructiva-efectiva, carencia de conocimientos y habilidades en la solución de conflictos, y carencia de conocimientos y habilidades para asumir una relación emocional, pueden entorpecer la solidez de una pareja.
La comunicación asertiva conlleva algunos ingredientes de relación efectivos tales como: expresión directa, honesta y clara de los sentimientos, pensamientos, necesidades y opiniones, sin herir, humillar o faltar el respeto de manera intencional a la pareja.
Aunque para medir la inteligencia emocional no existe un test que pueda indicar el coeficiente de cada persona, la forma en que se nos presenta y asumimos la vida, desde las emociones, sentimientos y decisiones personales, son la mejor guía para saber cuán cerca estamos o no del “talento” emocional.
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