Toda la imagen se escapa hacia la cara de guapo de ese pendejo. Pero el contexto es importante. Acaba de pasar un ciclón. Un árbol desplomado imposibilita el tránsito. Niños y niñas juegan con una pelota sucia y sucias están todas sus manos. Sucias las plantas de los pies de quienes juegan sin zapatos y sucias las caras de tanta mano sucia que arrasca la mejilla.
Hay una vez en la existencia en que para ganarse la vida no hay otra forma que andar hasta el moño de churre. Años después, habrá quien tome otro camino y habrá quien no. En las más felices de las circunstancias, los niños y las niñas solo pueden “ganarse la vida” intentando ser felices. En Cuba, los niños y las niñas más felices, más plenos, encuentran esa felicidad y tal plenitud en los actos que le ensucian el rostro. Por eso son iguales, hermosamente polvorientos todos.
El pendejo ha mirado la cámara o, en realidad, a quien la porta. Posa de guapo porque está en el barrio y en el barrio se castigan las debilidades. Pero tiene miedo. “¡No puede ser!”, se dice mientras ve al tipo con pantalón, botas y camisa que agarra el lente. “¡Ahí llegan los ‘limpios’! ¡Vienen a joder!”.
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¿Qué pasa cuando la misma profesión impone una marca visible en el cuerpo? ¿Qué pasa cuando trabajas en la mecánica de autos, trenes o bicicletas y la grasa se te incrusta en los poros de las manos, en la ropa, en la cara? ¿Qué sucede cuando te ganas el pan recogiendo por toda esquina de ciudad los desechos nuestros de cada día? ¿Qué ocurre cuando cocinas para multitudes y tu uniforme de faena es un delantal con manchas de aceite o cuando te levantas a las cuatro de la madrugada para “entrarle” con la fresca al surco y acabas con partículas de fango, diminutas pero visibles, bajo las uñas de los dedos?
Quizás el mundo se podría dividir en dos clases: quienes trabajan en cosas que manchan y quienes trabajan en cosas que no; quienes llevan en su cuerpo la marca indomable de determinada actividad humana y quienes no la llevan.
Para los segundos, resulta una ofensa ser comparados con los primeros. Si el mundo quiere castigar o degradar a quienes engrosan esa segunda clase, les dice que se asemejan a algún integrante de la primera. El mundo respira orgullo por unos y revira los ojos cuando pasan otros.
La concepción del éxito está mediada muchas veces por cuánto tengas que embarrarte para ganarte la vida o incluso de qué te embarres: es socialmente exitosa una cirujana, que se embarra los guantes con sangre de personas, y no lo es una carnicera, que se ensucia los dedos con las fibras de un animal y que a veces no tiene ni guantes; es socialmente exitoso el reportero que escribe el contenido de un periódico y no lo es el obrero que se embarra de grasa y de tinta en el poligráfico, donde el mismo periódico verá la luz durante la próxima madrugada.
Si llevas una mancha de lo que sea en la piel o en la ropa, alguien, desde el afecto o la inquina, dirá que pareces cocinero, campesina, mecánico o barrendera. Si no llevas manchas, parecerás diplomático, modelo, ejecutiva, bailarín de ballet, pianista…
La cara no, el cuerpo todo lleno de churre y la cuestión no dejaría de ser, meramente, un asunto de epidermis. Pero vivimos en ese mundo, el de la epidermis, donde la carta de presentación y las recomendaciones suelen ser más significativas y ponderadas que el trabajo que seas capaz de ejecutar.
Vivimos en el mundo de la epidermis, donde el presidente, para ser presidente, ha de ser simpático, vestir de acuerdo con determinada percepción de lo elegante, dominar respuestas tipo y donde su política y acción es cuestión secundaria.
Donde el periodista debe tener camisas y pañuelos y medias y hasta calzoncillos que combinen con la corbata o con cada una de las malditas corbatas, portar “buena imagen”, sin importar ya tanto lo que piense o cómo lo haga, hacia dónde mire y cómo mire. Hay radios por ahí en las que no le permiten grabar una nota informativa a un reportero con algún defecto en el habla y donde una “erre” mal dicha es identificada y censurada primero que una mentira.
“¿Quién ha visto a un maestro lleno de tatuajes?” se preguntan con horror, sin cuestionarse antes: “¿quién ha visto a un maestro que aburra, que no enseñe, dogmático, racista, machista, homófobo…?·Pasan por alto que llevar un tatuaje al cuello no es ni de cerca una prueba de ignorancia (¿será muestra de clase?), pero que no dominar las herramientas pedagógicas más funcionales, no tener conocimiento profundo de lo que se habla, ser dogmático, racista, machista y poner en entredicho a la niña que mira “más de lo normal” a la que se sienta al lado o despreciar a aquel que no “se comporta como hombrecito”, todas estas cosas, como mínimo, sí lo son. En nuestras vidas, todos y todas hemos tenido más maestros así, que maestros con tatuajes.
A estas y otras tantas profesiones se les exige “ser limpias”. No serlo, al menos superficialmente, puede costarles caro. Puede costarles, incluso, el seguir siendo.
…Y, sin embargo, hay muchas maneras de ensuciarse. La cuestión es no mostrar las manchas, explican. Se puede ser ignorante, pero el pecado constituye parecerlo. Se puede ser corrupto y ladrón, pero el mayor pecado seguirá siendo parecer. “Aquí todo el mundo ‘inventa’, pero hay que saber cómo ‘inventar’”, me dijo cierta vez, con arrogancia, un dirigente al referirse a unos elaboradores de pan que se robaban la harina. Es decir: él también “resolvía”, pero por canales que no implicaban “ensuciarse” las manos y, además, le parecía justo.
En este espacio, iremos en busca de la historia de las manchas, a sabiendas de que en el mundo no existen “limpios versus sucios”, pero sí formas de discriminación que se amparan, falaces, en estos patrones. Nos interesa la historia despreciada, la pizca de belleza y dignidad ocultas de quien se tizna las manos puliendo calderos de cocina o recibiendo el tintineo de monedas en la puerta del ómnibus, de quienes zurcen zapatos o afilan cuchillos y tijeras, de quienes recolectan café en la montaña o reparan la rotura de turno en cualquier punto del sistema electroenergético.
Por ello le hemos llamado a este espacio KaraZusia, para hablar sin permiso de quienes se embarran el cuerpo en pos de mantener con vida a este país. KaraZusia, sin espacio intermedio, todo junto, de carretilla, como suena cuando brota de las bocas infames a manera de insulto, sabiendo que el insulto va dirigido más al estrato social que al “churre”. KaraZusia, con todos los errores ortográficos posibles, como quien denuncia la farsa y al mismo tiempo reviste de orgullo las presuntas suciedades.
Por otra parte, sabemos que la ortografía es solo la carcasa de lo que expresa una idea. Muchos y muchas van por ahí intentando denigrar ideas por la carcasa con la que se mueven. De paso, ignoran que tener “buena carcasa”, a veces, resulta un privilegio.
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Julio Cortázar, Rayuela:
Siempre que viene el tiempo fresco, o sea al medio del otonio, a mí me da la loca de pensar ideas de tipo eséntrico y esótico, como ser por egenplo que me gustaría venirme golondrina para agarrar y volar a los paíx adonde haiga calor, o de ser hormiga para meterme bien adentro de una cueva y comer los productos guardados en el verano o de ser una bívora como las del solójicO, que las tienen bien guardadas en una jaula de vidrio con calefación para que no se queden duras de frío, que es lo que les pasa a los pobres seres humanos, que no pueden comprarse ropa con lo cara questá, ni pueden calentarse por la falta del querosén, la falta del carbón, la falta de lenia, la falta de petrolio y tamién la falta de plata, porque cuando uno anda con biyuya ensima puede entrar a cualquier boliche y mandarse una buena grapa que hay que ver lo que calienta, aunque no conbiene abusar, porque del abuso entra el visio y del visio la dejeneradés tanto del cuerpo como de las taras moral de cada cual, y cuando se viene abajo por la pendiente fatal de la falta de buena condupta en todo sentido, ya nadie ni nadies lo salva de acabar en el más espantoso tacho de basura del desprastijio humano, y nunca le van a dar una mano para sacarlo de adentro del fango enmundo entre el cual se rebuelca, ni más ni meno que si fuera un cóndoR que cuando joven supo correr y volar por la punta de las altas montanias, pero que al ser viejo cayó parabajo como bombardero en picada que le falia el motor moral. ¡Y ojalá que lo que estoy escribiendo le sirbalguno para que mire bien su comportamiento y que no searrepienta cuando es tarde y ya todo se haiga ido al corno por culpa suya!
CÉSAR BRUTO: Lo que me gustaría ser a mí si no fuera lo que soy (capítulo: Perro de San Bernardo).
Rosana
17/10/22 15:11
Puedes seguir las historias de quienes trabajan en la fábricas de níquel en Moa. Siempre tienen las caras sucias.
Juan Carlos Subiaut Suárez
10/10/22 11:26
Estimado Mario Ernesto:
Excelente para leer tres, cuatro veces, para disfrutar el mensaje. Me recordó un poema de Guillén, de tema parecido. Puede que me califique como intelectual, soy profesional de nivel superior y gran parte de mi trabajo es detrás de un buró y ante un teclado, es decir manos limpias y cuello blanco, pero considero como una bendición saber trabajar con las manos sucias y con overol, en otros momentos hago trabajos como electricista, incluso a veces como albañil, mecánico plomero o carpintero según las necesidades y retos; veo enaltecedor la suciedad asociada a realizar una labor útil.
Mario Ernesto
13/10/22 15:30
Estimado Juan Carlos, gracias por su comentario. Si quiere contarnos más sobre su experiencia en distintos tipos de actividad, puede contactarnos por correo. Será un placer conversar por ahí (marioernesto.almeida@gmail.com). Saludos para usted.
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