Nuestra bandera de la estrella solitaria, porta, en su dobleces, las vibraciones estético-ideológicas que marcaron la búsqueda de nuestra identidad, la pasión de un pueblo nuevo decidido a brillar en el firmamento. La dibujó un poeta inspirado en las metáforas de otro. Los que le han cantado en los momentos más tensos de su flotar y su enterrarse en la altura y en la hondura del ser cubano, han expresado el eco y el ritmo de ese devenir. Así lo hizo Bonifacio Byrne, al que el pueblo calificó como “Poeta de la bandera”.
La metáfora que significaba a Cuba con una incandescencia, como una estrella que flota en el firmamento, puede rastrearse en ese arco de significaciones que se inicia con el poema “La estrella de Cuba”, escrito por el patriota santiaguero José María Heredia, quien al decir de Héroe y Poeta José Martí había despertado en su alma, “como en la de los cubanos todos, la pasión inextinguible de la libertad”. Sobre todo en aquellos versos que equiparan un objeto natural, devenido símbolo, con la actitud de los cubanos: “Al sonar nuestra voz elocuente/ Todo el pueblo en furor se abrazaba, / Y la estrella de Cuba se alzaba/ Más ardiente y serena que el sol “, “Cuando Cuba sus hijos reanime/ Y su estrella miremos brillar”.
El autor del “El himno del desterrado”, consiguió definir a Cuba no sólo a través de la naturaleza, sino como entidad moral: “¡Dulce Cuba! en tu seno se miran/ En su grado más alto y profundo, / La belleza del físico mundo, / Los horrores del mundo moral”. De modo que la nación brilla o se eclipsa, se condensa o se disuelva, en “el aire de luz” o en el “hado terrible”, a luz o en la oscuridad; en dependencia de la altura (moral) o actitud de los cubanos, de la hondura de su patriotismo.
Esas mismas analogías fulguran en el soneto escrito en 1850, por el diseñador del “galano pabellón” Miguel Teurbe Tolón. Cuando expresa: “Bajo tus pliegues cual sagrado manto, / La muerte sin temor te desafía; / De tu estrella al fulgor la tiranía, / Huye y se esconde en su cobarde espanto/ Y tú, noble adalid, canto de guerra, / De Patria y Libertad, alza valiente, / Clavando este estandarte en nuestra tierra”.
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Es la misma atmosfera, la misma dialéctica de giros y gravitaciones, de luces y oscuridades, entre libertad y opresión que estructura los versos de “Mi bandera”, esa sentida oda el pabellón que el 19 de mayo de 1850 enarbolara en Matanzas Narciso López Oriola y “saneado por la muerte, de López y Agüero”, como proclamara después el Héroe de Dos Ríos.
El 3 de marzo de 1861, en la misma ciudad que lo hiciera Teurbe Tolón, nació el primogénito de Bonifacio Byrne Sardiñas y María Gertrudis Puñales, al que bautizaron como Bonifacio Medin en la Iglesia de San Juan Bautista. Asistió al colegio El Porvenir del maestro Antoni Luis Moreno y del también periodista Nicanor Arístides González. “El ideal de independencia fue allí clamor permanente expresado en voz baja, pero con gesto firme, disimulado con la ternura y la frase precavida”, se afirma en el libro Byrne el verso de la Patria, de Urbano Martínez Carmenate.
Con solo cuatro años comenzó a ver obras de teatro y bien joven comenzó a frecuentar el Círculo Literario de su ciudad natal. Ello motivó su afición por el oficio de escribir. En 1877, apareció en La primavera, periódico científico, artístico y literario, su primera poesía publicada, “Nocturno”. En 1890, fundó junto a su amigo y también poeta de inspiración Manuel de los Santos Carballo el periódico La Mañana y luego, con Gumersindo Moreno, La Juventud Liberal.
También desde temprano se manifestó su posicionamiento separatista. Al periódico La Independencia, de circulación clandestina, envió un texto en el que decía: “Soy un patriota. Los gobernantes españoles no me conocen ni saben el conspirador que tienen en la Isla”. El 29 de enero de 1896, tuvo que partir al exilio, porque las autoridades españolas lo identificaron como el autor de un soneto dedicado a Domingo Mugica, que había estado circulado inmediatamente después del fusilamiento del patriota, el 20 de agosto de 1895.
En Tampa, desplegó una ardua labor independentista, como parte de la cual fundó el Club Revolucionario, del cual fue secretario. Durante su estancia en esta ciudad, se desempeñó como lector de tabaquería y escribió para varias publicaciones de la época como Patria, El Porvenir y El Expedicionario.
En 1893 publicó su primer cuaderno de poemas Excéntricas, elogiado por el extraordinario bardo cubano Julián del Casal. El “Poeta infortunado” lo llamó “el primer poeta de su generación”; “por su elevada fantasía” y “por su exquisita sensibilidad”, porque había “interrumpido el tono monótono de la poesía cubana, lanzando en ella una nota nueva, extraña y original.” Tales honduras, de búsquedas modernistas, no las alcanzó el prologuista del libro Nicolás Heredia.
El 3 de enero de 1899, poco días después de consumada la ocupación norteamericana, con el Tratado de Paris, Byrne retornó a Cuba con su familia. Al otro día, entrando a la bahía habanera en el vapor Mascotte, divisó en el Morro la bandera cubana junto a la de EEUU. Aquella imagen le hizo vislumbrar el futuro incierto de la Patria amada, y le inspiró “Mi Bandera”. Cuentan que lo escribió en la tarde de ese mismo día, en la casa marcada con el número 9 de la calle Jesús María, de Guanabacoa.
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“Mi bandera”, dedicado al veterano general Pedro Betancourt, se publicó el 5 de mayo de ese año en las páginas del periódico matancero Cuba; dos años más tarde se incluyó en el poemario Lira y espada.
En diez cuartetas el bardo expresó su amor por la enseña nacional, reconocida como tal desde 1868 por la Asamblea de Guáimaro. Además, versificó el desencanto y frustración de muchos cubanos por el desenlace de la guerra independentista. No solo describe la situación que lo embarga, sino que proclama lo que considera la salida más digna, “no pueden flotar dos banderas/ donde basta con una: la mía”. Y denota, como indigna, la de los cubanos que no la significan sagrada (“¡Al cubano que en ella no crea/ se le debe azotar por cobarde!). El sujeto lírico habla por los sobrevivientes y por los mártires, por los abonaron con su sangre los llanos de las isla y por los que contribuyeron, desde las gélidas riberas del Norte, al financiamiento de la guerra necesaria.
En esa misma línea creativa de poesía patriótica, había fluido su poemario Efigies. Sonetos patrióticos, publicado en 1897. También su posterior colección, Poesías, de 1903. Byrne escribió sonetos para honrar a los héroes de la Independencia: "A Maceo", "Bernabé Varona", "Serafín Sánchez"; le cantó a los emigrados, al paisaje patrio, al sacrificio de la guerra liberadora ("Tanta preciosa sangre derramada", y ausente de la patria, clamó: "Me ilumina la Fe como un lucero... / Si ves ¡oh patria! que me tardo, sabe / que en ti pensando he de morir, si muero"). Defendió con fervor sus raíces culturales y las causa de los desfavorecidos, de lo que son ejemplo los poemas “Nuestro idioma” y “El sueño del esclavo”. El venezolano Rufino Blanco-Fombona, señaló en su momento que “Byrne había inaugurado en América “un género especial de arte; el arte de cantar la guerra sin cañones”.
Con estos cuadernos de poemas, como señaló mucho después José Lezama Lima, Byrne llegó a convertirse en “el poeta de la revolución, en el cantor del separatismo”. Son cantos a los héroes, a los mártires y a la gesta emancipadora. “No lo olvidemos, cantó a la patria con pureza de alma, dejó resortes de vibración patriótica y se abrió a la poesía como a un reino”, apuntó el también poeta Virgilio López Lemus.
Hay en “Mi bandera”, como ya anticipamos, reminiscencias de otras incandescencias de la poesía patriótica nacional. García Ronda, señaló la apelación implícita a los muertos para la defensa de la bandera como lo hiciera Martí en el poema de Versos sencillos “Los héroes”.
Por demás resultan evidentes las conexiones con otras las creaciones del propio Byrne, previas y posteriores a “Mi bandera”. Sucede con su elogiado soneto “Analogías” (“Hay un lazo entre el sol y el firmamento”; “Existe un misterioso sacramento / entre la mano, el bálsamo y la herida”). “A Cuba” es como el preámbulo de su más conocido poema ("Recibe mi doliente despedida / que si no vuelvo a la natal ribera (...)/ el cielo me dará la bienvenida / si le llevo un girón de tu bandera). También recuerda a “El Himno” (“Cubano, que sentado permaneces, / Mientras resuena el Himno de la Patria.../ -¿En dónde está tu corazón? ¡Responde!/ ¿Dónde tienes el alma?”).
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Como se traslucen vasos comunicantes con creaciones poéticas que debió desconocer al escribirlo; como el poema “A la bandera cubana” de la poetisa Nieves Xenes, contemporánea de Byrne y fervorosa defensora de nuestra identidad nacida en Quivicán en 1867. La autora equipara el pabellón con “un rayo de luz sobre un abismo” y un “talismán sagrado”, elevado por la actitud de “un pueblo libre, venturoso y fuerte”. Evidencias de un mismo impulso lírico.
Durante el periodo de ocupación norteamericana de 1898 a 1902 se perfilaron tres posturas ideo-políticas, con respecto a la soberanía e Cuba y su relación con los EE UU. Las posturas más antinjerencistas, tuvieron su correlato en la literatura, sobre todo en poemas que tuvieron como elemento nuclear a la bandera cubana. De manera casi unánime, el pabellón patrio se había convertido en el más representativo símbolo de la Nación Cubana”, aunaba, en sí mismo, las aspiraciones independentistas, republicanistas y nacionalistas.
Un reportero norteamericano que visitó Cuba a mediados de 1898 comentó en su periódico: “Ahora el símbolo de la revolución triunfante, o de la soberanía alcanzada, flamea en todos los pueblos de Cuba”. Dos meses más tarde su diario daría a conocer que en varias ciudades del país se organizaban clubes patrióticos, cuyos miembros mostraban banderas cubanas en las solapas de sus trajes. La policía española “no daba abasto para apresar gente que circulaba por las calles con banderitas cubanas en las manos, o luciendo estrellas solitarias en prendedores en el pecho o en la hebilla del cinto”.
Un autor que se firmaba con las siglas C.S.Z., decía a finales de 1898: “Pronto en el Morro verás/ Enhiesta insignia cubana/ Que unida a la americana, / Deja en el morro lucir/ La bandera americana/ Que más tarde la cubana/ La habrá de sustituir.” Con el mismo tono antianexionista, un “Guajiro de La Habana” (s.f.) escribió: “Del amante peregrino/ eres venturoso puerto, / de todo espíritu incierto/ faro radiante y divino. / Iluminas el camino/ que la esclavitud inmola, / y como sagrada aureola/ de amor y de caridad, / cual astro de libertad/ has de flotar siempre sola”.
“Mi Bandera” fue la expresión de la postura más radical frente a las operaciones neocolonialistas del naciente imperio yanqui. Byrne, en opinión de Denia García Ronda. “sabía que si bien el dominio yanqui aceleraría la modernización de la Isla, el precio era la pérdida de la libertad”.
No es el caso de la postura representada por el poema “Dos banderas”, de Enrique Hernández Miyares, donde el poeta y periodista santiaguero “se muestra agradecido de la gestión norteamericana en la guerra y expresa su conformidad ante las dos banderas (“Una y otra, cual nuncio de contento, / estrellas y colores dan al viento/ que con gallardo soplo las tremola...”). Al final, expone su esperanza “en que la intervención sea provisional y de que, en un futuro próximo, las dos naciones sean solo amigas”. Para García Ronda, al contrario de lo que se piensa, la postura de Hernández Miyares era la más común entre las asumidas por intelectualidad criolla de entonces. Sin embargo, como se evidenciara en su poema “La más fermosa”, no fue un anexionista y percibió con claridad “los aspectos negativos de la influencia norteamericana en la cultura y en la vida cotidiana del país”.
Preocupaciones que reiteró Byrne en su artículo “En vez de Ingeniero, fui poeta”, al decir : “¿Y quién me asegura que conociendo a fondo el idioma de Poe, haciendo tres comidas al día y siendo diestro en todos los spots de la grande y poderosa República del Norte, no hubiese acabado quizás por aclimatarme allí demasiado? En la niñez y lejos de los míos, acaso hubiese llegado a encariñarme con el apéndice constitucional, que parece que no aprieta, y, sin embargo, nos hace sacar la lengua, cuando se le antoja, ni más ni menos si nos estuviera estrangulando”.
“Mi bandera”, de fácil composición estrófica y de rimas sencillas, no ostenta el alto vuelo lírico de otros de sus poemas, pero no le hizo falta más para resonar con las vibraciones patrióticas de muchos cubanos. Su musicalidad y la transparencia con que el poeta relató su estado emocional, lo hizo funcional para activar enlazamientos identitarios, en un momento trascendental para la nación cubana. El pueblo lo hizo suyo y vibró con el espíritu de Heredia, de Teurbe Tolón y de Byrne. Como hace hoy, para energizar nuevos empeños en comunión, con el videoclip “El mambí ”.
Tal es así, que en el año 1915 le otorgaron a Bonifacio Byrne la condición de Hijo Ilustre de Matanzas y en 1919 el Senado de la República se hizo eco del clamor popular y, en sesión solemne, lo declaró a como Poeta Nacional de Cuba; en reconocimiento público a su brillante hoja de servicios como patriota y a sus sobrados méritos como escritor. Ya desde comienzos de la década se habían elevado las voces en pro del poeta matancero que por ese entonces se encontraba en precaria situación económica. El pueblo también recaudó el dinero necesario para regalarle la casa, donde terminó sus días, el 5 de julio de 1936.
Tuvo un entierro sencillo, tal y como lo había pedido en su poema Mi voluntad: (...) “si alguno quisiera/ grato hacerme aquel asilo, / que coloque mi bandera/ con patriótico sigilos/ sobre mi cruz de madera/ y así dormiré tranquilo”.
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