Si hacer reír es un arte difícil, incluso para los más experimentados comediógrafos, provocar la risa de forma inteligente se convierte entonces en la quimera que todos persiguen, pero solo algunos privilegiados encuentran.
Humor e inteligencia a veces parecen estandartes distantes, cuando en realidad se han complementado históricamente. Para los cubanos que gustan del buen reír, en muchas ocasiones ambos elementos parecen irreconciliables, sobre todo si tenemos en cuenta qué se ofrece a los distintos públicos casi de forma generalizada como producto humorístico, lógicamente, para consumir en espacios culturales o medios audiovisuales.
Mantener esa distancia entre inteligencia y humor, e incluso insistir en ella, es dejar de cultivar en el esparcimiento popular, es alimentar la vulgaridad y, por consiguiente, alejarnos de esa riqueza genuina que hemos acumulado en Cuba durante siglos para hacer reír y parodiar, para apropiarnos del entorno y burlarnos hasta de nosotros mismos.
En nuestro país, la literatura ha guardado una actitud celosa, cuidadosa con respecto a las publicaciones humorísticas, teniendo en cuenta siempre el principio de calidad por encima de lo comercial y populista. La colección A Reír, de la editorial José Martí, por ejemplo, ha acogido a prestigiosos autores dedicados al humor y la literatura: Héctor Zumbado, José León Díaz, Luis Alexis Pérez (Nwito), Jorge Fernández Era; por solo citar algunos. Otras editoriales también han defendido proyectos humorísticos, es el caso de Tablas-Alarcos y el título que hoy proponemos, existente en librerías del país, para el disfrute inteligente de cualquier lector.
Carlos Fundora Hernández, licenciado en Filología por la Universidad Central de Las Villas, fundador del grupo La Leña del Humor y miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba UNEAC y de la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE); sin dudas, tiene un sitio respetado dentro de las letras cubanas de las últimas décadas, pues hace converger con maestría buena literatura y humor del más genuino; su obra Argonautas da fe de ello.
Esta última entrega no es un título más dentro de la vasta colección que posee su autor, en ella se funden de manera equilibrada el profundo conocimiento sobre los mitos de la antigua Grecia y una picardía humorística pocas veces degustada en nuestras publicaciones para la escena.
No existe en Argonautas la reelaboración de un mito extraído de la literatura griega clásica, al cual se le añaden forzosamente claves y aderezos picantes de la cotidianidad para provocar la risa fácil y rápida; por el contrario, su autor en este texto se apropia con pericia de sucesos míticos asentados en dicha literatura para alcanzar orgánicamente un producto auténtico: páginas cargadas de sabiduría pero que a su vez ofrecen divertido esparcimiento, gracias a la dosis coherente en el uso de la burla, la comicidad y cualquier manejo de referentes cotidianos.
Al respecto, comenta Arnaldo Pérez, quien prologa el libro: “Cuando leí por vez primera Argonautas me pregunté cuál habría sido la fuente original que se parodiaba. Hoy, tras una segunda, una tercera, una cuarta lecturas, me atreveré a adelantar una respuesta que no necesariamente coincidirá con la realidad, pero me satisface lo suficiente como para compartirla con todos. Fundora no parodia una obra: parodia el mito. Y, como buen autor, nos parodia a nosotros, las personas, y en particular a nosotros, los cubanos, que no es lo mismo, pero es igual”.
Llegar a las páginas de Argonautas es acercarnos a un gran autor, así como a una forma estimulante de adquirir conocimientos, pues la risa leve, a veces distante aunque certera, inunda el tiempo que dedicaremos a este libro. Una lectura para extraer del humor inteligencia, navegando entre palabras y atravesando la escena…
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