Hay un cine. Engulle personas con el hambre voraz que le han dejado poco más de dos años de pandemia. Un muchacho se baja de un almendrón azul en la esquina de 23 y L, al cerrar la puerta del carro mira primero la hora en su smart band y luego hacia los grupos de personas —como islas— que se encuentran a la entrada del cine Yara. Pasan par de minutos después de las 8:00 p.m. El joven respira aliviado, y saluda a varios amigos. La proyección aún no comienza.
Es miércoles 15 de junio. Noche de inauguración. Hazme volar, cinta franco-italiana de 2021 dirigida por Christophe Barratier, ha sido la obra elegida para la premier del 23 Festival de Cine Francés en Cuba.
“¡Ya va a empezar!”, enfatiza la acomodadora de la izquierda y las invitaciones en su mano suman casi una centena. “Solo quedan asientos arriba”, dice su colega situada a la derecha, y convida a las personas del otro lado de las puertas de cristal a acabar de pasar.
El muchacho del almendrón lanza una mirada con ánimos de invocación a su pulsera digital. La toca para que muestre la hora en códigos digitales, y realiza una llamada breve con su celular. Finalmente, traspasa algo molesto y con aura de resignación la entrada debajo de la marquesina de la sala de proyecciones con nombre aborigen. ¡A los estrenos no se llega tarde!
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Hay un director. Sienes entreplateadas y mirada penetrante se combinan con la cadencia de una voz que juega a buscar, en español, las palabras precisas para agradecer a los asistentes. Esta no es la primera ocasión en que Christophe Barratier trae una de sus obras a los cinéfilos cubanos en un Festival del que es fundador. Tampoco es la segunda ni la tercera. Hazme Volar es la quinta de sus piezas cinematográficas que llega a la Isla como parte de esta iniciativa cultural que suma ya más de dos décadas.
Barratier habla al público asistente desde la emoción: la película tuvo su estreno en Francia en tiempo de pandemia, cuando la ley exigía que las salas de cine solo podían recibir personas hasta copar el 35 por ciento de su capacidad —cuentan los miembros de la delegación que lo acompaña—; por lo que La Habana acoge su primera proyección en una sala tan llena. Los aplausos, al aparecer la escena inicial en pantalla, lo corroboran.
Unas horas más tarde, el director de Hazme volar confesaría que tuvo miedo; que temió que tras dos años de ausencia se hubiera roto esa relación lograda entre cinematografía gala y amantes del séptimo arte en la Mayor de las Antillas. Luego, dirá que ver a tantos jóvenes en el Yara le dio mucha esperanza acerca del futuro del Festival.
Sentado a su lado, en los asientos cuadrados de vinil gris de una de las naves de Fábrica de Arte Cubano, el actor Victor Belmondo —quien interpreta al juerguista Thomas de Hazme volar— resaltará la energía positiva que le brindó tanta gente feliz de poder estar en un cine. Un preámbulo al que llegamos cuando dos jóvenes periodistas decidieron aprovechar, en un featuring mediático, el tiempo concedido de las apretadas agendas de los visitantes y realizar la mayor cantidad de preguntas posibles.
“Hazme volar” es una cinta que no se circunscribe solo a los códigos puros de la comedia. La película tiene escenas destinadas a la risa fácil, pero también nos sumerge en un carrusel de emociones en aras de mostrar los lazos de fraternidad que se van forjando entre Marcus y Thomas, sus protagonistas.
Desde la perspectiva de director y actor, ¿de qué se desprendieron y qué ganaron los protagonistas de la historia?
Christophe Barratier (CB): —Son dos personalidades muy inmaduras. La falta de madurez de Marcus lo hace llevar una vida muy cerrada y solitaria; y el otro —Thomas— viene de una familia rica, pero ha perdido a su madre. Los dos intentan llevarle algo al otro, lo que le falta. Quizás, lo que cada uno le ofrece al otro crea turbulencias; sin embargo, el hecho de resolver esas turbulencias los va a hacer subir escalones juntos.
“En la actuación de Victor hay algo muy exterior, y al mismo tiempo una herida profunda. Sus excesos y estupideces son, más bien, formas de llamar la atención que se perciben desde ese inicio simbólico en que tira el auto a la piscina. Para este público puede parecer tonto más, es una manera de decirle a su padre: 'Papá, me estoy hundiendo y tú no me ves'”.
Victor Belmondo (VB): —Lo interesante de la relación entre los dos es que no había líder. Son un binomio de verdad, se completan. Ambos tenían algo que aprender y que dar al otro. Para entender bien al personaje intenté preguntarme por qué él actuaba de esta manera. ¿Qué le había pasado? ¿Qué buscaba para hacer las cosas de esta manera? Al final, trabajé sobre lo que le faltaba: le faltaba su mamá, así como el amor y la atención de su padre. Esta era la manera que tenía él de gritar. Sobreactuar era la manera de que su papá y la gente lo volvieran a escuchar. Gracias a Yoann —Marcus— encuentra otra forma de que lo escuchen, una mucho más sana.
“Igualmente, la mamá de Marcus vive todos los días una pesadilla absoluta. Vive con el miedo de no poder controlar más a su hijo, de que las cosas sean demasiado para ella. No obstante, la realidad le dio a su niño una educación mucho más sólida que la que le dio a mi personaje su padre.
”El padre de Thomas es un cirujano famoso que parece controlarlo todo, que da lecciones de moral y de cómo las cosas se deben hacer. No obstante, lo cegó su propia manera de hacer las cosas. Entonces, por los padres de cada uno ves que el más razonable no es el que uno piensa. Lo que a mí me gustó es que al final los valores humanos son los que triunfan. Mi personaje, que parecía alejado de estos valores, vuelve a ellos gracias al contacto con este joven”.
(Foto: Lázaro Darias Becerra / Cubahora)
Independientemente de las particularidades de nuestros contextos y realidades, el largometraje refleja que vivir es una lucha diaria. Asimismo, la alegría es un elemento que transversaliza a esta pieza cinematográfica.
¿Qué otros códigos universales posee “Hazme volar” que conectaron con el público asistente a la premier del Festival y que podrían conectar, también, con otros espectadores foráneos?
CB: —Marcus, al inicio de la película, no quiere luchar más. Está cansado de los cuidados y ya no cree en su longevidad. Mejor que intentar razonar con él y decirle qué hacer, la buena idea de su doctor es traerle a otra persona que tiene aún más dificultades. Esto significa, al final, que Marcus piensa 'Este tipo no me va a ayudar, a mí me toca socorrerlo'.
“Le dan ganas de vivir porque tiene a alguien a quien ayudar. Por eso, cuando el personaje de Victor considera que no posee competencias para apoyar a Marcus, tienen esta discusión fuerte que podría resumirse en que 'si tú no tienes capacidad para aceptarme como soy, nunca tendrás capacidad para aceptarte a ti mismo como eres'”.
Es notable la complicidad existente entre director y actor, ¿influyó ello en que el trabajo de rodaje, tal vez, haya sido divertido y sencillo?
CB: —Para nosotros era importante que lográramos ese estado mental de juerga, de locura. Podíamos hacer chistes como niños de 10 años, quizás de seis..., pero cuando Victor actuaba me sacaba las lágrimas. Nos podíamos abrazar de la emoción, y no lo hacíamos porque tenemos un pudor fuerte. Sin embargo, sí tenemos esta manera de trabajar con humor. No es una forma que recomiende, más bien es algo que se encuentra en la vida. Tampoco significa que tenga la misma relación con otro ser humano, en este caso fue nuestro terreno común.
VB: —Para mí fue una enorme oportunidad trabajar con Christophe. El suyo no es un método como tal: en concentración, en un set de filmación, es la desconcentración. Yo necesito desacralizar el momento de la actuación y pensar en otra cosa. Con algunos directores no se puede, nos obligan a estar súper enfocados sobre lo que uno tiene que hacer.
“Esta vez me tocó un director que le gusta reírse antes de una toma, y que me permitió hacerlo. Realizamos este trabajo de manera seria, pero sin tomarnos en serio. Esto solo se logra cuando sabes que las cosas están y hay una enorme relación de confianza. Si él hubiera visto que no sabía bien el texto, que llegaba tarde al set o que no había preparado la puesta en escena y lo improvisaba todo, no hubiéramos podido reírnos. Creo que esa levedad en el set también correspondía con el personaje de Thomas”.
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Hay un actor. Camina con ritmo pausado hacia un escenario desconocido. Es joven. Se le ve un tanto abrumado ante la sonoridad de los aplausos que lo acompañan en el corto trecho que va desde su asiento en la platea baja hasta el podio donde dirá, en breve, algunas palabras. Victor Belmondo da las buenas noches en español y se disculpa por el poco dominio del idioma y el consiguiente discurso informal en su lengua natal. Sonríe, entre frase y frase, con naturalidad.
La misma sonrisa franca que se activaría media jornada después, cuando un par de periodistas pregunten si existe otro próximo proyecto junto a Christophe Barratier, y el director responda en tono jocoso: “Seguro que sí. Él me debe un poco de dinero. Una vez todo esté resuelto podemos hablar”.
Una escena seguida por otra donde Victor confiesa que encuentra un modelo absoluto a seguir en la impronta actoral de su coterráneo Patrick Dewaere. De igual modo, comparte que haya inspiración y lecciones de aprendizaje en todos los profesionales que hacen al cine.
La figura del actor Jean Paul Belmondo y la ovación que le brindó el público al mencionar su nombre durante la premier en el Yara resultan tópicos de conversación: “Esos aplausos venían cargados. Fue algo muy emotivo para mí, y ocurrió porque la sala sabía quién era realmente mi abuelo. Demostró que la relación entre el cine francés y Cuba es muy fuerte”.
¿Cuál es la influencia de la obra de Jean Paul Belmondo en la carrera de Victor Belmondo?
—Definir lo que hay de él en mí es complicado, pues no tengo un espejo permanente conmigo. La gente me dice, muy a menudo, que hay algo suyo en mi cara y en mi forma de moverme. Él fue lo que fue, y más allá de un actor magnífico era una persona y un abuelo fantástico. Yo soy lo que soy. A él le gustaría que, como tuvo su propio camino, yo tuviera el mío. Miraría eso con gusto.
(Foto: Lázaro Darias Becerra / Cubahora)
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Hay una película. Algunas de sus escenas suscitan alegría y la carcajada fácil; otras, merecen que recapitulemos en torno a las prioridades de la vida diaria, e interiorizar dónde radica aquello que podría hacernos la existencia llevadera.
Hazme volar es una cinta que tiene bocadillos destacables y una química palpable entre su reparto. Como obra audiovisual podría pedírsele más, mucho más, claro está; y aunque quizás no vaya a engrosar algún listado de piezas cinematográficas de culto, seguramente sí logrará establecer algún tipo de conexión con quien vaya a una sala de proyecciones a visualizarla.
“¿Alguien llorará por ti cuando mueras?”, frase lapidaria y trascendental que comparten los protagonistas en la evolución de la trama; una suerte de evaluación introspectiva que intenta dilucidar la trascendencia de un ser humano en la espiritualidad y memoria emotiva de su entorno social. Una interrogante que ocupó post en redes sociales de amigos cercanos presentes en la premier del Yara, y que no constituye un mérito menor para un producto cultural.
Tampoco será una cinta menor, si en aras de desplazar a los infortunios como centro de nuestras realidades personales continúa logrando que cantemos, con la misma energía y cariño fraternal de Marcus y Thomas en aquella escena del karaoke, “Envole-moi/ Envole-moi, envole-moi, envole-moi/ Loin de cette fatalité qui colle à ma peau”; o lo que es lo mismo, “Hazme volar/ Hazme volar, hazme volar, hazme volar/ Lejos de esta fatalidad que se pega a mi piel”.
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