Por: Ruth Leylen Fernández
También por esos juegos del destino, Prensa Latina participó como oyente en este encuentro -realizado en el Instituto Cervantes– sobre los retos de la traducción en el mundo actual, y tras culminar el evento, conversó con Villoro, uno de los más destacados autores latinoamericanos contemporáneos.
Su vasta obra incluye géneros tan diversos como el ensayo, la crónica, la narrativa, la literatura infantil y juvenil, y el guion radial y de cine, así como traducciones literarias.
Entre sus textos se cuentan “La noche navegable” (1980), “El disparo de argón” (1991), “La alcoba dormida” (1992), “Los once de la tribu” (1995), “Materia dispuesta” (1997), “La casa pierde” (1999), “Efectos personales” (2000), “El testigo” (2004) y “Safari accidental” (2005).
Prensa Latina (PL): En la actualidad, la compleja coyuntura del planeta plantea una serie de cuestiones que precisan de la cooperación entre los países. En ese contexto, ¿qué papel desempeñan la lengua y la traducción como instrumentos de desarrollo intercultural y de comprensión entre los pueblos?
Juan Villoro (JV): Estamos en un momento verdaderamente crítico desde el punto de vista ecológico. Varios científicos, entre ellos el Premio Nobel Paul Crutzen (Química, 1995), dijeron que esta época se debe llamar Antropoceno para reflejar el papel pernicioso del ser humano sobre la naturaleza y, de manera crítica, señalar con esta palabra que el planeta está en peligro.
- Consulte además: Juan Villoro, un cronista excepcional
La ONU dijo que, si la destrucción de la biosfera continúa tal y como la hemos estado haciendo, en 2040 no habrá vida humana como la conocemos. O sea, son llamadas de atención muy grandes.
El problema es que el ser humano vive en muy corto plazo. La mayoría de los políticos se rigen por esto y por intereses económicos. Entonces, para tener rendimientos a corto plazo, siguen contaminando, destruyendo… ¿Cómo combatir esto?
Una cosa decisiva es el entendimiento entre los pueblos, de ahí que la traducción juegue un papel clave, porque si no somos capaces de comprender verdaderamente cuanto está sucediendo, si no somos capaces de asumir palabras como ‘Antropoceno’, que es crítica respecto a nosotros mismos, no vamos a poder solucionar la situación.
Nombrar las cosas, decirlas, es algo fundamental. Y yo creo que es parte de la contribución que pudiéramos hacer todos los que nos dedicamos al lenguaje, a que haya puentes de comunicación que hagan posibles estos entendimientos.
PL: ¿Cuál es su valoración de las traducciones literarias en la actualidad?
JV: La lengua inglesa está sobrerrepresentada. Esto nos lleva a una reflexión sobre la geopolítica de las lenguas, el dominio y la hegemonía. Yo he sido jurado varias veces, vuelvo a serlo del Premio Princesa de Asturias, y tuve la suerte de ser jurado cuando ganó Leonardo Padura, escritor cubano.
Ha sido una lucha muy fuerte porque los ganadores, yo diría el 70 por ciento, son de lengua inglesa, porque se dan a conocer debido a la geopolítica de las lenguas.
Estamos en un mundo en donde, por ejemplo, la cultura de las celebridades, todas son de los Estados Unidos. O sea, es un monopolio de la indiscreción mundial, la indiscreción de la vida de las figuras.
Entonces, esta imposición creo que puede ser combatida con resistencias culturales y la traducción debe formar parte de esa resistencia. Lograr que se traduzcan unos y otros hace que no se vuelva progresivamente monolítico desde un punto de vista cultural.
Por ejemplo, en México es difícil que las películas mexicanas se exhiban porque la cartelera está acaparada por Hollywood. Resulta una apuesta digamos por colonizar el inconsciente planetario. Pero, por suerte, hay resistencias. Y yo creo que el mundo árabe y otros países asiáticos, como Corea del Sur, tienen una literatura muy fuerte que conocemos muy mal.
PL: En su texto “El traductor”, usted expresa que la literatura es un intento de superar lo explícito, un espacio que trata de decir sus verdades de otro modo, lo cual llama invención poética. ¿Qué retos enfrenta la traducción de textos literarios y de humanidades ante la diversidad del universo lingüístico árabe, habida cuenta de que este sistema es a su vez un “creador” de múltiples sentidos?
JV: El árabe tiene características propias, específicas. Obviamente no soy yo la persona más indicada para decodificarlas, porque no soy un experto, pero digamos, sé que la lengua escrita, en la que se traduce, se ha mantenido estable durante mucho tiempo, es un árabe neutro.
Y que los distintos países hablan variedades diferentes del árabe. Entonces, hay una discusión muy fuerte de si se deben incorporar palabras coloquiales o no en las traducciones.
Yo creo que no hay que captar miméticamente el idioma de la calle, sino explorar las posibilidades naturales del habla. ¿Qué quiere decir esto? Que todo lenguaje tiene la posibilidad de ser espontáneo, de comunicar de manera desenfadada, aunque eso no sea un regionalismo ni un coloquialismo.
A mí, como autor, eso siempre me ha interesado mucho. Tengo un libro que se llama “Los culpables”, que son siete relatos contados en primera persona por siete personas, y ninguna de ellas habla realmente en un lenguaje coloquial mexicano, sino con las posibilidades naturales de cada uno de ellos. Y eso me parece un trabajo literario interesante.
Creo que eso se puede hacer en la lengua árabe en la medida en que se pueden tener giros espontáneos sin que sean regionalistas, ni necesariamente ubicables a un país.
Hay una tradición notable de hispanistas aquí en El Cairo, de muchos años. Hay cervantistas en todo el mundo árabe y desgraciadamente no conocemos tanto esta literatura. Estoy leyendo una novela muy interesante sobre Iraq titulada “Frankenstein en Bagdad”, que ganó un premio en el Reino Unido (Premio Internacional de Ficción Árabe, 2014).
Estoy también leyendo una novela egipcia contemporánea, “La república era esto”, que trata de la llamada Primavera Árabe; una novela actual, interesante.
PL: ¿Cómo ve la novelística mexicana actual?
JV: Creo que es muy variada, muy rica. Quizás un fenómeno interesante es la aparición de muchas escritoras. También esto tiene que ver con una evolución social, con romper hasta cierto punto la cadena del machismo, que resulta muy grande.
Para muchas mujeres ha sido muy difícil tener un espacio de expresión. La mayor escritora que tuvimos en el Siglo de Oro (1492-1659) tuvo que ser monja para poder escribir, se lo prohibieron, Sor Juana Inés de la Cruz.
Entonces, esto se va rompiendo, aunque debo decir que no lo suficiente, porque México es un país donde ser mujer significa una situación de alto riesgo; es un país de feminicidios, de asesinatos continuos de mujeres.
Es terrible la situación, pero afortunadamente en la literatura hay voces muy significativas de autoras como Valeria Luiselli, Guadalupe Nettel, Fernanda Melchor.
Otro tema importante, yo diría casi que dominante, es la violencia. Y esto habla también críticamente de nuestra realidad, muy descompuesta, muy lastimada por el crimen organizado. Hay grandes zonas del país por las que no se puede transitar, y de manera inevitable esto se refleja en la literatura.
Hay una gran literatura de la violencia, pero afortunadamente creo que es muy variada: novela histórica, de ciencia-ficción, fantástica, política, de diversidad de género.
PL: Coméntenos de sus últimos proyectos. ¿Planes futuros? ¿Alguna novela?
JV: Acabo de publicar una novela para niños, porque yo escribo bastante literatura infantil y juvenil, que se llama “Las palabras perdidas”. Es la historia de un grupo de académicos que trata de aprovecharse de ciertas palabras y de quedarse con ellas, suprimirlas del diccionario y utilizarlas solo en beneficio propio, e incluso comercializar con ellas.
Es una metáfora de cómo ciertos intelectuales consideran que son quienes detentan la sabiduría y la pueden usufructuar. Entonces hay una rebelión de niños, escritores infantiles, ilustradores, que buscan recuperar las palabras perdidas, para devolverlas al diccionario y a su auténtico dueño, el pueblo.
Resulta una gran metáfora de cómo lo que es un bien común, el lenguaje, siempre está en riesgo de ser usufructuado por algunas otras personas, capitalizado o privatizado, ¿no?
En México, todo se ha ido privatizando. A mí me encanta la obra “Oda al aire”, de Pablo Neruda, que dice “Aire, no te vendas”, porque todo se ha vendido.
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