Emblemático superviviente del cine ideológico de los años 70, capaz de aclimatarse —y, por tanto, atemperar y modular la agresividad de su discurso— a los más diversos contextos, el cineasta greco-francés Costa-Gavras presenta con El capital un filme que intenta esclarecer las raíces —y efectuar el balance de daños— de la crisis económica que sufre el mundo contemporáneo desde el año 2008.
Como en aquellas cintas que lo hicieron célebre —Z (1969), La confesión (1970), Estado de sitio (1972), Caja de música (1989) y Amén (2002)—, Costa-Gavras muestra una vez más su rechazo hacia todo aquello que signifique alienación de los valores humanos y dictadura de complicidades, sobre todo donde los ricos se hacen más ricos y los pobres… pues ya sabemos.
Tomando como título a aquel que denomina los tres tomos del economista y filósofo de origen alemán Karl Marx, el filme El capital (2014) incursiona en los vértices de la economía política de la sociedad actual y muestra a los banqueros como ese centro avaricioso del caudal contemporáneo, donde pululan luchas de poder y ambiciones desmedidas.
La película es narrada por Marc Tourneuil (Gad Elmaleh), quien es seleccionado el líder provisional del banco Phenix, después de que su presidente ejecutivo sufre un ataque al corazón. Para mantener la presidencia del banco, Marc entabla un juego de avaricia y poder desmedidos.
La película, basada en la novela homónima del escritor de origen griego Stéphane Osmont, no pretende ser la última palabra sobre la crisis económica, pero sí refleja los avatares de esta época que habitamos, donde los poderes cínicos e infinitamente codiciosos de unos pocos determinan el futuro del resto.
Y aunque la cinta parece, en ocasiones, la crisis financiera explicada a los niños, ampara concepciones tan sugestivas como aquella que compara los ecos de las purgas de la revolución maoísta con la estrategia con que el banco Phenix limpia su sobrecarga de mandos intermedios; o esa otra, que implica una denuncia sutil a cómo crecen los niños de nuestros días, dependientes de móviles y videojuegos.
El filme muestra un mundo en el cual —como en El lobo de Wall Street, (Martin Scorsese, 2013), el eslogan es “La codicia es buena”— el lujo es un derecho y “el dinero es el amo”. Ya se encarga de reiterarlo en la cinta el personaje de Dittmar Rigule (Gabriel Byrne), un gerente con sede en Miami, cuyo fondo ha prestado dinero para hacerse cargo del banco Phenix en Francia. Un mundo muy alejado de ese trabajador de clase media que se pregunta cómo se evapora el dinero de su cuenta bancaria.
La acusación de El capital contra el capitalismo es tan estridente que se reafirma hasta esa última escena, en la que el protagonista de Costa-Gavras proclama, justo frente a la cámara, desnudando sus intenciones ante la opinión del espectador: “Yo soy un Robin Hood moderno. Le sigo robando a los pobres para darle el dinero a los ricos”. Los accionistas del banco que lo escuchan responden con vítores desbordantes. Los créditos aparecen entonces, cerrando un final abierto. El espectador se queda solo, con la verdad cruda en la mano.
La cuidada y atractiva estructura genérica, de thriller con suspense, edición activa y tono contenido del filme, deviene la mejor de las maneras para digerir la verdad que denuncia El capital.
Costa-Gavras muestra un cine con preocupaciones éticas, políticas —en este devenir de poderes pragmáticos que se alzan en dictaduras (solapadas, pero siempre represivas)—, y preocupaciones humanas. El capital puede servir para crear inseguridad,… quizás, en algún sentido, desasosiego. No es un filme que pueda verse sin que se sienta un rechazo visceral hacia el cinismo humano y el orden actual del mundo.
“Son niños”, porfía Costa-Gavras en boca de su protagonista, un Elmaleh que se desborda por medio de sus ojos azules. “Niños que seguirán jugando” —con el mundo— “…hasta que todo estalle”.
Bernardo
10/4/15 10:00
Una buena película que explica como funciona los grades círculos de poder y del dinero de manera global. La crítica muy acertada y esclarecedora, la he disfrutado mucho.
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