Ariane es una jueza que practica el celibato, por lo que se sorprende mucho cuando descubre que… ¡está embarazada! y nada más y nada menos que de un ladrón al que acusan de haberse comido los ojos de un anciano. Este es el argumento que guía a Nueve meses de condena, comedia de humor negro del cineasta francés Albert Dupontel.
Dupontel es, si nos guiamos por su hoja de vida, más que director, intérprete. Generalmente dedicado a la comedia, ni en un oficio ni en el otro ha logrado escalar hasta las figuras más relevantes del cine contemporáneo… pero no por falta de intentos. Su carrera como intérprete es ya bastante larga; en ella destacan algunos títulos como Un héroe muy discreto, Las confesiones del Dr. Sachs (probablemente su cinta más interesante) y Largo domingo de noviazgo. Como realizador su filmografía es, ciertamente, mucho más corta: solo cinco títulos a lo largo de diecisiete años.
Su condición poco prolífera quizás la deba a que aún no maneja con soltura los códigos cinematográficos, y se siente más cómodo actuando que dirigiendo. No obstante, tiene más que muchos cineastas: resplandece por un estilo característico en la pantalla grande, uno que a ratos parece una mezcla entre Amelie, con sus extravagancias de diseño, y la base antropófaga de El silencio de los corderos.
Y es que Dupontel supone un cine, de tan mixto, curioso: minimalista, hiperrealista y a ráfagas, onírico. Un cine que no teme estar emparentado con referentes del cómic, con brochazos del surrealismo, y también, ¿por qué no? con algún que otro referente del cine galo, como Delicatessen o La isla de los niños perdidos, lo cual deja al descubierto el supuesto de que las influencias de este director francés giran en torno al grandísimo Jean-Pierre Jeunet… entre otros. En definitiva: el cine de Dupontel es uno que busca una realidad irreal, que no se preocupa por niveles de credibilidad ni verosimilitud.
Nueve meses de condena resulta, consecuentemente, una comedia ocurrente, que evidencia gran desparpajo en el nivel de realidad en el que se narra y que juega con el enloquecimiento de la imagen, generalmente con buen tino; pero con excesivas excepciones, sobre todo en la descalificación continua de varios personajes, a ratos redundante, (como el juez que corteja a la magistrada y el policía tonto); a ratos graciosa, (como ese abogado grandilocuente que es capaz de decir las mayores necedades con el ánimo grandilocuente de Cicerón u Homero).
La cinta muestra una historia que se asienta sobre lo inverosímil desde el primer minuto y que se disfruta como lo que es: un disparate que aprieta el acelerador, que consigue momentos verdaderamente lúcidos y vibrantes, y que finalmente, deja que la maquinaria del relato descanse en favor del más ecuánime de los personajes, que es precisamente la jueza Ariane, interpretada por Sandrine Kiberlain.
Esta actriz, que ha trabajado con la crema y nata de los directores franceses del último cuarto de siglo (Granier-Deferre, Rappeneau, Audiard, Jacquot), confirma en Nueve meses de condena por qué es ella tan apreciada en Francia. Si bien la película resulta una comedia clásica, sin segundas intenciones, la historia, divertida, y la actuación de la Kiberlain, impecable, la hacen una cinta absolutamente recomendable.
Nueve meses de condenaes, resumiendo, una comedia que se mueve entre las situaciones más desternillantes a los momentos más sorprendentes, y que siempre encuentra el equilibrio perfecto para generar la admiración y la carcajada entre las butacas del cine, la misma que le ha servido a la cinta para ganar dos premios César: Mejor actriz a Sandrine Kiberlain y Mejor guion original.
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