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miércoles, 30 de octubre de 2024

De balazo en balazo

El drama de las armas en los Estados Unidos es más que halar el gatillo...

Néstor Pedro Nuñez Dorta en Exclusivo 13/06/2021
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Armas de fuego-EE.UU-Población
Emporio de no pocos dislates, incluida la desmedida proliferación de armas y su carga de violencia mortal. (Tomada de YouTube)

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No le falta razón a ciertas autoridades gringas cuando reconocen, incluso a nivel de la Casa Blanca, que el país vive una  pandemia de violencia a partir del uso y la tenencia masiva y poco controlada de armas por la población.

Y la aprensión ha sonado alto por estos tiempos, luego del airado asalto al Capitolio Nacional por extremistas armados en los días de la disputa electoral Bide-Trump, y la notoria intensificación de tiroteos y muertes a cuenta de tales artilugios, un sonado negocio –vale indicar- para encumbrados fabricantes, mercaderes y traficantes.

Se dice que entre 270 millones y 300 millones de pistolas, fusiles, ametralladoras, lanzagranadas y otros pertrechos están en manos de los ciudadanos estadounidenses, uno por casi cada habitante de la nación, y el recién llegado que ha tenido la oportunidad de visitar alguno de los comercios de esa índole no le pueden extrañar tan sorprendentes y desproporcionadas cifras.

Cada establecimiento de armas, por pequeño que sea, es un verdadero arsenal donde surtirse a gusto –incluidas metralletas de colores, adornos y diseños sofisticados destinadas en exclusivo a algunas exigentes clientas femeninas… y el trámite para adquirirlas es menos complicado que la más natural gestión bancaria o burocrática. Así de sencillo.

Ello explica en parte el asunto de la extendida proliferación. La otra, tiene que ver con el negociazo que ese contexto representa para un poderoso sector nacional y la influencia política de tales beneficiarios, mientras que una tercera se relaciona íntimamente con los patrones de conducta establecidos por el devenir histórico de una sociedad donde no hay barreras en la trepada al codiciado escalón de “triufador”.

Al fin y la cabo, a balazos los europeos recién llegados a América de Norte, y luego sus descendientes locales, ocuparon las tierras de la tribus autóctonas hasta reducirlas a colectividades marchitas.

A tiros robaron a  México la mitad de su territorio y dirimieron las contradicciones entre el Sur esclavista y el Norte industrial en la guerra de secesión, y a cuenta de las armas han intentado e intentan sostenerse como “primera potencia global” hoy en franca decadencia.

En ello influye además el culto a la violencia repetido en filmes, series, panfletos y redes digitales desde la más temprana edad, y el martilleo constante en el valor indiscutido de una “individualidad” con derecho a portar armas para garantizar su defensa, su integridad y su propiedad.

Añadir a ese entramado de recursos dirigidos a la mente, el aliento permanente al odio al “diferente”, el terror ante lo foráneo y ajeno, y la desconfianza al entorno humano, siempre fichados como amenazas a los “valores extraordinarios” de la estratificada sociedad gringa, y por tanto susceptibles de hacer valer la prerrogativa de respuesta a como de lugar a semejantes peligros.

En consecuencia, no es raro que las estadísticas más recientes coloquen a los Estados Unidos como el país con mayor tasa de tiroteos violentos a escala planetaria, y que a pesar de representar su población el cinco por ciento de la global, acumule el 31 por ciento de los casos de asesinatos masivos con el uso de armas de fuego.

Hoy se discute a nivel de Congreso (al parecer sin éxito posible) una reforma que haría menos llevadera la  compra de pertrechos por la población, pero sin dudas se sigue trabajando en ese asunto a simple escala de ramaje, mientras las vigorosas y ponzoñosas raíces no las cambia nadie.


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Néstor Pedro Nuñez Dorta

Periodista


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