La palabra calendario no ha dejado de mencionar siempre y cuando aparecen partidos no deseados o derrotas dolorosas. Al nuevo Mundial de Clubes de la FIFA se le critica por parte de algunos el ser un colofón a una extenuante temporada. Otros porque quizás deseaban y no pudieron estar.
Sin caer en el campo de lo absoluto, el torneo llegó para quedarse. Duelos aburridos, equipos con marcada distancia en cuanto a presupuesto y calidad, pero también enfrentamientos repletos de emoción. Por cierto, si le encuentran similitud, la Copa de selecciones no resulta indiferente.
Dicho esto, varias realidades se ratificaron a lo largo del evento. Si bien el Manchester City no se aguanta para invertir y complacer a Pep, los problemas en la fluidez en el juego, así como la falta de contundencia en el sector defensivo se trasladaron a tierras estadounidenses.
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Del Bayern Múnich una verdad irrefutable. Sin Musiala se compite, pero a la par se ausente el toque diferencial, ese marca el escalón al éxito total. Junto a estos europeos, la historia de nunca acabar con los equipos brasileños. Mejores esta vez en el físico, pero adiós a Estevao y a Igor Jesús a mitad de curso.
Llegados a este punto, lo del PSG en la final no puede sorprender a nadie. Su rival, el Chelsea, se aprovechó de las caídas de otros grandes y cumplió con su rol de favorito en cada eliminatoria. Ojo, en una temporada de idas y venidas en Londres, segunda final para los Blues.
A los dirigidos por Enzo Maresca les bastó con la tan habitual ley del ex. El recién llegado a plantilla inglesa, Joao Pedro, castigó con dos tantos de bella factura al equipo en el cual se formó antes del salto a Europa. El Chelsea aparenta un fútbol de rachas, pero genera mucho arriba. Les falta gol.
Ahora, en el partido más esperado, no hubo partido. Un sector nada ínfimo en el ambiente madridista sintió ilusión tras las cinco primeras presentaciones. Claro, Al Hilal, Pachuca y Salzburgo eran oponentes ideales para comenzar a darle vuelo al proyecto de Xabi Alonso.
Ya en octavos y cuartos de final el nivel pintaba superior. No obstante, esta Juve dicta de aquella cuyo dominio en Italia era incontestable, además de jugar dos finales de Champions. Por su parte, el Dortmund es multisensaciones durante los 90 minutos. En defensa tienen mucho trabajo por delante.
El resto de la historia, nada extraño. Luis Enrique ha armado un equipo convencido de su superioridad desde el pitazo inicial. Todos defienden y todos atacan, en voz del propio DT español. En el área rival aparecen como lobos hambrientos, una y otra vez.
Y sí, hubo errores de Asencio y Rüdiger, pero no se engañe, para entonces Courtois ya comenzaba su show de cada día. Los Blancos no tuvieron repuesto a la intensidad parisina. Dembélé es otro, por goles y por los espacios generados para los hombres de segunda línea. Fabián, un beneficiado.
Alonso vio de cerca los fantasmas del pasado recientes. Lucho ha dado un paso más entre la élite de los banquillos que presume de autoría. Todos piden el Balón de Oro para Ousmane, aunque las temporadas de Vitinha, Nuno y Achraf no andan lejos de un premio cada vez menos creíble. Ese es otro tema.
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