Durante una estancia el pasado mes de julio en Moscú, entre mis primeros planes tuve el de visitar el mausoleo de Vladímir Ilich Lenin (1870-1924). Había estado allí tres décadas atrás, mientras estudiaba en la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, y tenía mucho interés en repetir la experiencia.
Solo con encontrarme en la fila de la Plaza Roja para entrar al monumento sentí una emoción inexplicable. Al pasar cerca de la urna de cristal sentí un estremecimiento y por lo que vi en los rostros de otros que también entraron, creo que no fui la única con esa sensación.
La emoción se justifica, pues no todos, ni más de una vez, tienen la oportunidad de ver directamente a la gran figura emblemática del siglo XX que sigue siendo Lenin, quien revolucionó el mundo con sus ideas progresistas, que muchos seguimos en la actualidad.
Han pasado 96 años (octubre de 1917) desde que este hombre extraordinario encabezó uno de los hechos históricos más importantes de todos los tiempos: la Gran Revolución Socialista de Octubre, que por primera vez puso las riendas de un país en manos de proletarios y campesinos.
Hasta ese momento Rusia fue dominada por zares, en contra de los que nadie se había alzado con éxito. De pronto emergió un fuerte movimiento, al frente del cual estaba aquel hombre sencillo que proclamaba una nueva doctrina basada en las ideas de Carlos Marx y Federico Engels, y aspiraba al gobierno del pueblo por sí mismo.
Gracias al triunfo de aquella revolución, dirigida por Lenin, en el mundo se abrió un ancho camino hacia la democracia y muchos movimientos revolucionarios se guiaron por la experiencia rusa para interpretar las situaciones de sus propios países y luchar por el cambio.
En el vasto territorio del antiguo imperio zarista, los bolcheviques (comunistas) con Lenin a la cabeza, enfrentando miles de vicisitudes, se dedicaron a construir una sociedad lo más justa y humana posible, empeño en el que perdieron la vida muchos hombres y mujeres.
Décadas después, la Unión Soviética, Estado socialista, y superpotencia económica y militar, se enfrentaría a Estados Unidos y sus aliados en la llamada Guerra Fría.
Las causas de la Revolución rusa se atribuyen en gran medida a la mala gestión económica y de gobierno del último de los zares. Millones de hombres ingresaron al ejército, por lo que en las fábricas y granjas se necesitaban trabajadores.
La escasez generalizada de alimentos y materias primas; las terribles condiciones de vida y de trabajo de los obreros, incluyendo jornadas de doce a catorce horas y bajos salarios, desataron numerosas revueltas y huelgas, en las que exigían cambios inmediatos.
Las pocas mercancías disponibles no podían llevarse a sus destinos. Los precios se dispararon a medida que los bienes esenciales escasearon, cada vez más. En 1917, el hambre amenazaba a todo el gran país.
Los campesinos emigraron a las urbes, que pronto se vieron superpobladas. Había que alimentar a un gran ejército y el abastecimiento se empobrecía más y más. Las condiciones de salud y seguridad en el trabajo eran precarias.
Todos esos factores contribuyeron al descontento de los ciudadanos y, sumados y agravados, desembocaron en la insurrección.
La revolución rusa fue uno de los más importantes acontecimientos de la época contemporánea. Su impacto fue palpable tanto en América como en Europa y abrió para la humanidad una nueva era, la del paso de la teoría del socialismo científico a la práctica.
Esa es la historia que de alguna manera pasa por la mente de quienes todavía hoy, casi un siglo después, visitan el mausoleo de Lenin en Moscú para rendirle homenaje, o por simple curiosidad.
Juan
14/11/13 20:37
Que interesante,debieran incluirlo en las clases de historia de primer grado!!bien elemental
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